R E A L I D A R I O (DLXXV)


La última sirena. Siempre detení­a el aliento cuando oí­a a las sirenas de las ambulancias que pasaban con rumbo incierto, en auxilio desconocido. Lejanas primero, luego cercanas, ensordecedoras, y otra vez distantes, que lo devolví­an a su serenidad. Sintió el previsto e inevitable vací­o en el estómago el dí­a que la sirena de la ambulancia se detuvo por más tiempo, otra eternidad, y que no logró recuperar el aliento, ni el oí­do, y ni siquiera el silencio.

René Leiva

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La ley tras la trampa. En tiempos remotos, durante siglos, e incluso milenios, la ley y su respectiva trampa se elaboraban el mismo dí­a, o a lo sumo unos pocos dí­as entre una y otra; pero en la actualidad los propios hacedores de leyes se dieron cuenta de que, en aras de la previsión y para curarse en salud, es preferible hacer la trampa con cierta antelación a la ley en referencia, o sea una ley que cuadre y a la medida de su trampa; que la ley sea una especie de apéndice o de complemento de determinada trampa, algo más bien secundario porque lo en verdad importante o de primer orden es la trampa; no obstante que, forzoso es admitirlo, sin ley tampoco habrí­a trampa alguna, aunque tampoco estemos tan seguros de eso. Pero sucede como en muchas otras cosas, que lo secundario termina por usurpar lo primordial. Y así­ la vamos pasando.

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En patrio financiamiento. Allegados a la benemérita Gremial de Financistas Anónimos de Campañas Polí­ticas, que prefieren reservar de su identidad aseguran que dichos filántropos nunca deben ser confundidos con inversionistas propiamente dichos, pues no esperan retribución ni recuperación o reembolso alguno de sus capitales, según se ha especulado de manera maliciosa y perversa; por el contrario, dicen las fuentes, los Financistas Anónimos, por pura modestia, prefieren el sano anonimato, para así­ evitar cualquier lucimiento u ostentación personal, sabidos, a la vez, de que su dinero será bien empleado, pues todos, partidos polí­ticos y financistas (o patrocinadores, que no inversionistas, eso está claro), imbuidos e infundidos de un patriotismo sin lí­mites, lo que en verdad buscan es el bien común (sic), y cualquier otra especulación al respecto será considerada campaña negra.

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Los analistas. Los Abstencionistas Anónimos y Alegres (Triple AAA) estamos anonadados por los sesudos y exhaustivos análisis que realizan los analistas cuando analizan tendencias y posicionamientos de los llamados catorce binomios en contienda (con-tienda) para las actuales elecciones generales y coroneles: repaso trillado de lo archisabido, enumeración o inventario de nombres propios y de siglas para la indigestión, la trova del descubrimiento del agua azucarada, monotoní­a de sintoní­as en la misma frecuencia, letaní­a de variaciones sobre el mismo tema, insistencia en lo dicho ayer y mañana, aburrida repetición, retahí­la de lo mismo… Nos parece asombroso cómo cada uno de estos análisis analí­ticos nos abre los ojos, nos despeja dudas, nos aporta información y datos inéditos, nos descubre lo oculto, nos guí­a e ilumina, nos actualiza y de algún modo, al enterarnos, nos hace sujetos de la historia, por lo menos.

Nota. Abstencionistas Anónimos y Alegres es Marca Registrada en el Registro de la Propiedad Histórica Colectiva, carece de sucursales y no otorga franquicias ni hace proselitismo. Los individuos de Abstencionistas Anónimos y Alegres no pertenecemos al hombre-masa ni al hombre unidimensional.

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Simulacro imaginario. Con mi mujer, la Chayo, dispusimos hacer, también, un simulacro de terremoto, aunque a escala doméstica, o sea en los lí­mites de la morada donde vivimos, pero sucede que se nos fue la mano en nuestro seí­smo particular, pues un tanto inadvertidamente, entusiasmados por la inédita experiencia, le dimos una magnitud de 9.5 (nueve punto cinco) grados, lo cual es demasiado para una casita de colonia clasemediera, y cabal, una pared se le vino encima a mi mujer, la Chayo, y a mí­ me cayó un pesado armario de tres cuerpos, de los antiguos, y esta es la hora en que esperamos que a un vecino nuestro se le ocurra llamar a los hombres del casco negro o del casco rojo; el color es lo de menos, y hablo en plural, aunque desde anoche que ya no escucho los lamentos de auxilio de mi mujer, la Chayo. (Continuará?)