Parodia política. Pesimista es quien cree que el próximo gobierno no puede ser peor. Optimista es el que piensa que sí.
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Nos ven la cara. Yo pienso, creo y confío en que debe haber, por fuerza, una manera infalible de que no nos vean la cara de babosos, a todos nosotros, tanto por parte de los políticos locales como de líderes de otros países, burócratas internacionales y mandamases de corporaciones o empresas transnacionales. Es cierto que desgraciadamente sí tenemos cara de pendejos, sin ninguna duda, todos nosotros, periodistas y analistas independientes incluidos, pero con seguridad debe existir por ahí un cierto procedimiento ?sea natural o artificial? para evitar o eludir que nos la vean así como la poseemos, de zopencos, porque las consecuencias inquietantes, vergonzosas e incluso desastrosas de tal percepción, no equivocada, han sido evidentes a lo largo de los años, las décadas y los siglos. (Aquello de tener cara de mexicano ha perdido mucha validez.) Incluso podría decirse que por tener cara de babosos, pero sobre todo que nos la vean, nuestra historia patria ha sido de despojo, servidumbre, ofensas y humillaciones. De lo que se trata, por lo visto, no sería simplemente de cambiarnos la cara, si eso fuese posible; lo urgente es que no nos la vean.
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Robo de aguacates. Siempre ha habido robo de aguacates, por la facilidad que hay y la impunidad. Incluso antes se decía que los querían para hacer jabón, lo cual nunca se comprobó. En los últimos años la adopción de tales frutos se ha convertido en pingí¼e negocio para ciertos abogángsters de abyecta desvergí¼enza, conocidos como abogados aguacateros, no obstante que son más baratos por docena, dichos aguacates. Los aguacates preferidos por los consumidores ?intermediarios y mayoristas? proceden de las comunidades rurales, áreas marginales de la gran ciudad, mercados cantonales, asentamientos, tortillerías; ya que los producidos en La Cañada, en condominios, apartamentos y áreas residenciales de las zonas 9, 10, 13, 14 y 15, aunque también de buena calidad, son inaccesibles para los robaguacates, pues viven rodeados de garitas, talanqueras, de cuidadores y guardaespaldas que se movilizan en carros con vidrios polarizados. No olvidemos que Guatemala es un país primer productor de aguacates de exportación, lo cual facilita el contrabando. En fin, cualquier semejanza entre aguacates y niños desamparados, por ejemplo, no es ninguna coincidencia.
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Motivos abstencionistas. (Más de lo mismo). A los abstencionistas anónimos (y cabe repetir, reiterar e insistir en que no somos indiferentes, ni apáticos, ni dubitativos, ni veleidosos, ni indecisos, sino todo lo contrario) no nos harían votar en las elecciones generales y coroneles aunque nos ofrecieran las mayores facilidades de pago, perdón, de acceso a las benditas urnas, como que pudiera uno sufragar en la sala (si la hubiera) de la casa donde vive, o en su habitación, sin levantarse de la cama, y que además le llevaran un sabroso y nutritivo refrigerio, en bandeja, por gentil cortesía del Te Ese E, ya que nuestra inclaudicable y bien meditada postura nada tiene que ver con la haraganería ni con la dejadez. Si en los cartones de la lotería para presidente, diputados y alcalde figuraran seres más o menos humanos, civilizados, cultos, patriotas, sensibles, escrupulosos, razonables, dignos, honorables, íntegros, de probada y comprobada idoneidad y probidad, los abstencionistas no existiríamos; es más, nos aventuraríamos a acudir a votar al mismo averno, al lugar más inhóspito e inaccesible, lleno de peligros y de fieras salvajes, así dejáramos el pellejo en el camino. Pero…
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Cartas en el asunto. Son más bien pocos quienes toman cartas en el asunto, ya que la mayoría, silenciosa o no, prefiere ser testigo mudo de la partida, cualquier tipo de partida, llamada así para no complicar más las cosas. Y ya se sabe que es imperativo respetar las reglas del juego ?si las hubiere?, y lo más importante: en los asuntos donde existe la opción de tomar cartas, éstas suelen estar marcadas, o por lo menos abunda el riesgo de que dichas cartas no sirvan para nada, y entonces todo arrepentimiento será tardío. Claro que en una sociedad justa, allí sí, todos pueden e incluso deben, están obligados a tomar cartas en el asunto, con toda confianza. Y entonces tienen la libertad de intercambiarlas o cambiarlas entre sí, coleccionarlas y llevárselas a su casa como recuerdo.