Los valores cristianos: ni los únicos, ni los verdaderos


Milton Alfredo Torres Valenzuela

Mucho se ha comentado últimamente sobre la candidatura e inscripción de cierto candidato cuyo emblema son los valores, fundamentalmente los fomentados por el cristianismo evangélico. He oí­do opiniones, por ejemplo, que de llegar a ser presidente, Guatemala realmente ganarí­a porque por los valores que profesa (fundados en y por el cristianismo) serí­a incapaz de corromperse o de fomentar la corrupción. Desde el punto de vista formal podrí­a tal conclusión desprenderse de tal premisa, pero desde el punto de vista de la realidad, es decir desde el punto de vista de la historia y de la vida misma, no podemos aceptar tal razonamiento. La realidad demuestra a cada momento lo frágil que resultan las conductas fundadas en el temor a Cristo y en la dogmática y el fundamentalismo religioso. El cristianismo, como otras religiones, tiende a violentar, es decir a forzar la voluntad humana a aceptar como lo único correcto lo que la Biblia dice y lo que la autoridad jerárquica de la Iglesia dicta, aceptando sin aplicar ningún esfuerzo racional comprensivo, lo que ésta enuncia porque se cree es la voz y la voluntad de Dios mismo. Los iluminados, o quienes así­ se consideran, son tan peligrosos o más que quienes, a la luz de cierta ideologí­a más o menos fundada en principios cientí­ficos y polí­ticos, pretenden explicarlo todo a partir del menor número de principios posibles. La realidad con su complejidad y matices siempre los aventaja y les deja atrás, porque en su mundo blanco y negro no hay cabida para las percepciones e intentos de comprensión de la dinámica misma del desarrollo humano que siempre busca y se nutre de la variedad de posibilidades vitales. La vida misma siempre se escapa de los encajonamientos ideológicos que, sobre todo el cristianismo con todos sus aparatos de adoctrinamiento preparan a los seres humanos para todas las etapas de su vida.

Talvez en sociedades tan poco desarrolladas como la guatemalteca, el cristianismo aún pueda jugar un papel relevante como dique de contención de actitudes fuera del orden, pero siempre será a costa de la anulación de la capacidad racional de los ciudadanos quienes, en última instancia, serán ví­ctimas de la opresión de una ideologí­a que ha marchado siempre a la retaguardia de los grandes cambios en las formas de vida y organización de todos los pueblos del mundo.

En otras palabras, el que alguien, en este caso cierto candidato, sea cristiano, no garantiza casi nada en la perspectiva polí­tica. Es cierto, la gente está cansada de los mismos politiqueros sin principios que han dominado por décadas el escenario de nuestra organización estatal y gubernamental, pero debemos comprender que sólo los valores que se asimilan en ambientes de libertad, apoyados por la educación y la alta cultura, en contextos totalmente laicos y bajo la tutela de la racionalidad y de la emotividad bien conducida, pueden garantizar personas de carácter firme y de altos valores humanos. Hombres por demás responsables y auténticos que no se crean iluminados y que no cifren su bien obrar en un solo libro o en el temor hacia el Dios condenatorio y juez supremo del juicio final. La educación es la principal llave para superar estos prejuicios. Mientras no se tome en serio la idea del mejoramiento educativo de nuestros conciudadanos, seguiremos esperando polí­ticos iluminados y seguiremos siendo ví­ctimas de todos los politiqueros que se aprovechan de la ignorancia y candidez de todos quienes moldean su vida bajo los principios del temor y de la palabra revelada.