Nunca me había salido con tanta sinceridad y profundo agradecimiento la expresión ¡Que Dios se los pague! Estoy haciéndolo desde lo más profundo de mi ser. Me nace decírselo a los médicos tratantes, a las enfermeras, a los técnicos, al personal auxiliar de tantas unidades de servicio médico-hospitalario, a mis amigos, a los conocidos, a tanta gente que nunca había visto antes pero que extendieron su mano de apoyo, palabras de consuelo, expresiones de amistad sincera y desinteresada y sobre todo, a quienes hasta me brindaron sus brazos y hombros para apoyarme al caminar por la etapa más azarosa de mi existencia hasta decirle adiós a nuestra hija Irma Consuelo Cáceres Landoni de López q.e.p.d.
Me lo dijeron. Me lo advirtieron. No hay peor dolor que exista sobre la tierra que perder un hijo. -Si no lo crees, me aseguraba mi adorada madre, aprecia el rictus doloroso de la Santísima Virgen María. -Aprende a interpretar en tantas maravillosas esculturas de la Dolorosa en Guatemala, su enorme sufrimiento camino al Gólgota en pos de su hijo que dio la vida por nuestra salvación. El 30 de junio de 2007, exactamente ocho meses después de haber presenciado el momento en que sus médicos nos contaban que la causa de sus padecimientos se debían al cáncer, ella cerraba sus ojos después de sufrir ingratos dolores y padecimientos.
Este es el momento en que debo reconocer que nunca me sentí solo, gracias al apoyo de tantos que como ya dije nunca esperé su gesto amable, bondadoso, comprensivo y atento porque comprendían que estaba pasando por un doloroso trance. Es que quien no hace mucho fue un linda nena, me parecía muy joven para sufrir esa fatídica enfermedad que sin ningún aviso, señal o advertencia provocó tanto dolor a la familia, empezando por su esposo, madre, hermana, sus tres retoños, sobrina, suegra y en sus compañeros, amigos y amigas que admiraron siempre su dinamismo y buena voluntad de servir a quienes le rodeaban.
Hacía 35 años que me había dado el enorme sentimiento que todo hombre anhela, para luego repetirlo con el nacimiento de sus hijos Kelly Ann, hoy linda quinceañera; Rony Dean de 12 y Fernando José de 10. Sí, estoy seguro que Irma Consuelo partió al cielo para descansar en los brazos del Señor, en quien creo fervientemente, aunque nunca terminaré de preguntarme ¿por qué a ella?, ¿por qué a mi familia?, ¿por qué a mí? Hasta llegar a concluir en que sólo Dios sabe por qué hace las cosas, lo que no me impide reconocer que acompañado de tanta gente buena, el dolor si no se evita, se mitiga y se alivia. Razón que me obliga a expresarles ¡Que Dios se los pague!… por su compañía, abrazo, consuelo y solidaridad.