CAMINAR EN LOS CEMENTERIOS


Las caminatas de los sábados por la mañana en las montañas de Muxbal y las remadas los domingos en Amatitlán son, prácticamente, el único ejercicio efectivo que hago durante la semana.

Dr. Carlos Pérez Avendaño

De lunes a viernes trato de encaramarme en la bicicleta estacionaria que me compró la Lila mi mujer pero, he de aceptar que lo logro, a lo más, una vez por la semana. Me queda de consuelo el que nuestra casita donde habitamos es de dos niveles y eso me obliga a subir y bajar las 14 gradas unas ocho veces en el curso del dí­a. Sin embargo, ese ejercicio aún cuando trato de hacerlo rapidito sólo me sirve para desentumecer las rodillas ya que no llega a acelerarme el corazón.

Tengo pues razones para sentirme insatisfecho y me preocupa el que ocasionalmente siento una como llenazón en el pecho que me hace pensar en mi corazón. Dentro de mis estimados pacientes hay de aquellos que tienen buena fuerza de voluntad para abstenerse de hacer; es decir son buenos para decir no. Pueden dejar de fumar, y pueden dejar de comer, pero eso no quiere decir que tengan fuerza para hacer lo que deben, ejemplo, para hacer ejercicio. Naturalmente influye la clase del ejercicio, su entorno y si es algo que a uno le guste, como salir a caminar con la mujer. Pero si a la mujer no le gusta, a uno se le hace más difí­cil.

Eduardo Villatoro en su simpática columna del sábado 7 recomienda un gimnasio en donde hay una escultural y muy buena instructora, por nombre Oly, que sabe hacer atractivo el ejercicio, pero probablemente la Lila, mi mujer, lo considerarí­a inconveniente y no lo aprobarí­a.

Total que, para evitar que me suba la presión, habré de seguir los consejos de la ciencia médica, trataré de comer menos sal, y más potasio. Es por ello que inicio el dí­a con una naranja sin semillas para poder tragarme el bagazo que es buena fibra y así­ ayudar al movimiento intestinal, y, en el desayuno, no olvido mi banano y luego la pastilla del medicamento, algún sartán que tenga un poquití­n de diurético.

Naturalmente, con el queso parmesano la cosa se arruina, porque esos quesos procesados tienen mucha sal y, como a mi me encanta ese queso, se me van las fuerzas de la voluntad y al poco rato ya siento la cabeza llena, porque me ha subido la presión. Por eso el parmesano lo como sin galletas de soda y me gusta más con tortilla.

Los italianos de Parma como los Gallio, creerán que eso de comer queso parmesano del auténtico, con una prosaica tortilla chapina, es un pecado, pero, a mí­ me sabe bien. Se los recomiendo.

Total, muchas babosadas dietéticas y poco cumplimiento para el ejercicio.

Ojalá no vaya a pasar como aquel mejicano que no cree que el ejercicio sea bueno para bajar la presión. «El único ejercicio que yo hago» me dice el charro, «es ir a los entierros de los que hacen ejercicio».

Charadas; yo desde hoy en la noche me subiré a mi bicicleta y prometo pedalear para cumplir.