A ojos de la población, nada más difícil que ser político porque el nivel de desprestigio para ese oficio es de tal magnitud y su satanización tan absoluta, que hagan lo que hagan, de todos modos reciben malas calificaciones. Yo mismo he sido de los que critica la campaña por chata, falta de sabor y propuesta, pero cuando se hacen señalamientos los candidatos, de inmediato tendemos a calificarlos de campaña negra, de ola de insultos, de falta de creatividad y de espantar a la población. Nos quejamos de la ausencia de planteamientos serios, de programas de gobierno concretos, pero cuando alguno se presenta, sin leerlo siquiera decimos que se trata de un montón de palabras vacías en documentos inútiles porque nadie los va a leer.
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Esta mañana leía en la página electrónica de La Opinión un artículo suscrito por Louis Devereaux, que si es cierto aquello de que por la pluma se conoce al pájaro es al alter ego de un muy ilustrado columnista de prensa, referente a lo que él llama «las monjitas del proceso electoral», criticando la ausencia de competencia electoral y a los grupos que «que no quieren que los candidatos se ataquen, sino que se den la mano, se abracen, se acaricien, se besen, se elogien recíprocamente» y que se traten con lenguaje fino. Con una enorme y grata ironía dice el columnista: «pretenden que los candidatos se traten con un lenguaje fino, exquisito, elegante. Por ejemplo, un candidato presidencial no tendría que decir que sus competidores son «pendejos» sino que «no son tan intelectualmente desarrollados como él». O no tendría que decir que uno de sus competidores es «ladrón» sino que «aparentemente hay indicios de que propende a emplear, sin la debida licitud, recursos públicos para fines privados». En general, un candidato tendría que evitar el uso de palabras que puedan interpretarse como si fueran insultos, y usar sólo palabras que puedan interpretarse como si fueran elogios. En resumen: estas monjitas pretenden que los candidatos tengan un superlativo expertaje en el empleo diplomático del lenguaje.»
Creo que las campañas políticas no deben ser negras, pero tienen que ir al fondo de los temas en intenso y profundo debate que es algo que nos falta y que no estimulamos por esa tendencia a considerar que cualquier señalamiento es un ataque o insulto, sin entender que en cualquier lugar del mundo la confrontación de diferentes y variadas propuestas electorales obliga a que se marque el contraste cabalmente haciendo ver las diferencias no sólo de pensamiento sino de actitud de los políticos.
Los guatemaltecos no tenemos la mejor clase política del mundo, pero hay sectores que quieren campañas tan de guante blanco que impiden por completo la necesaria confrontación. Y es preferible que se confronten las ideas y las personalidades a que tengamos que ser testigos de otro tipo de luchas sordas que van desde los ataques anónimos producidos en Internet y difundidos profusamente por una población que en el fondo disfruta el morbo, hasta los ataques violentos y personales que se dirigen contra la vida misma.
Si alguien envía en forma anónima miles de correos electrónicos con falsedades e insultos no nos molesta ni nos espanta, pero si en la tribuna se critica al contendiente, gritamos que es incorrecto y que eso aleja al votante. Devereaux dice que hay monjitas en este proceso, pero más que monjitas yo lo que veo son fariseos.