Estoy plenamente consciente de que los círculos de poder en los que se ve inmerso un gobernante, sobre todo cuando el partido que le llevó al poder se debilita y resquebraja al poco de haber asumido la responsabilidad de dirigir los destinos de un país, son determinantes y, por ende, hasta cierto punto incontrolables. La infiltración en el corazón de las estructuras legales del Estado por parte de sectores oscuros es un hecho dificilísimo de identificar y controlar. El Estado mismo se convierte en cómplice de las atrocidades que en términos de justicia y en todos los ámbitos de la política se cometen, porque el Estado como tal, como entidad orientada hacia la posibilidad de vida decorosa en sociedad, pierde por completo su capacidad de realización y se convierte en instrumento de las fuerzas más retrógradas y peligrosas que obstaculizan total o parcialmente la consecución del fin para el cual se ha instituido. De tal manera, el Estado se corrompe y se pone en peligro a sí mismo y a todo lo que de él depende.
Pero el caso es que cualquier hombre, cualquier ciudadano que asuma el alto y difícil cargo de Presidente de la República, no puede ni debe pecar de ingenuo como para pensar que por su sola calidad, construida a base de propaganda, de hombre bonachón y honesto, empresario de éxito, buen amigo, esposo y padre de familia será capaz de devolver al Estado su forma básica y primordial. No bastan las buenas intenciones como no bastan las acciones aisladas y espontáneas que no obedecen a ningún plan integral de gobierno. Hay qué rifarse el pellejo si es que verdaderamente amamos a esta Nación que nos vio nacer. No se puede ni se debe improvisar en la administración de todo un país.
Es imperdonable dejar las cosas peor de como se encontraron. Es imperdonable que no se hayan hecho todos los esfuerzos requeridos y necesarios para elevar la calidad de vida de todos quienes nos decimos ser guatemaltecos.
Hoy nuestros hijos tienen menos posibilidades de llegar a adultos por la inseguridad y la violencia que impera por doquier.
Hoy hay más posibilidades que gente del crimen organizado llegue a puestos clave desde donde pueda ejercer también el poder político para tapar legalmente sus ilegalidades.
Hoy hay más linchamientos, más policías corruptos, más ignorancia, más secuestro de niños y mujeres asesinadas.
Hoy, señor Presidente, hay más asaltos, más conductores de buses asesinados, más mareros y niños de la calle y de alto riesgo.
Hoy, hay más temor. Se duda de todo y de todos, la desconfianza se ha convertido en nuestro principio de vida.
Nunca la impunidad había llegado a niveles tan altos.
Nunca los hospitales habían estado tan descuidados
Nunca habíamos llegado a tan alto grado de desilusión, decaimiento e indiferencia.
Gracias por su legado memorable señor presidente Berger, las generaciones futuras lo recordarán como un cero a la izquierda. Usted no ha matado pero ha dejado que otros maten y destruyan nuestra sociedad y nuestro Estado.