Cuando la conocí, nunca me imaginé que iba a aprender tanto de ella. Es alegre, festiva, con un corazón lleno de ternura dispuesto a querer, así dice ella, así lo siento yo, que soy una de las personas merecedoras de su afecto.
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La vida para ella no ha sido fácil, ¿para quién lo es?, pero particularmente su historia es difícil, por momentos semejante a una novela de horror, en ocasiones, cuando con un café en la mano me ha narrado episodios, no he podido contenerme el llanto, y luego ya avanzada la noche, la he pensando, tratando de entender cómo su rostro sonríe.
Perdió dos hijos, a una se la quitaron recién nacida y nunca más supo de ella, al otro lo perdió en la época cruda del conflicto armado, perdió un ojo por manos de un amante que practicaba lucha libre, perdió muchas veces la cordura, igual que yo y seguramente como muchos de quienes me leen, dejó que el licor llenara la mente, para olvidar, para cantar, cosa que por cierto hace maravillosamente, para perdonar.
Recientemente perdió a su esposo, el amor de su vida y a lo mejor se perdió algún instante, en alguna de las calles de España a donde fue a presentar el documental Las Estrellas de la Línea, del cual es protagonista.
Mucho se ha hablado de ella desde entonces, y yo no escribo por no quedarme sin decir nada al respecto, sino porque la quiero mucho, porque cada vez que la veo sonreír, me da una lección de vida, porque hoy cumple 68 años, porque está grabando un disco con esos boleros que ama tanto y que en su voz le ponen a uno la piel de gallina.
Porque vale la pena vivir, aun en contra de la adversidad, porque siempre pesa más lo bueno que lo malo en la existencia, porque soñar alimenta el espíritu, porque cada carcajada deja en mi rostro la huella de un maravilloso instante, porque mi corazón también está lleno de ternura, porque ella me provoca cariño.
Porque hoy, esta semana no quiero quejarme, ni preocuparme por nada, tan sólo sentirme feliz por celebrar su vida. Marina, gracias y felicidades.