Un cafecito


Quién en Guatemala no ha escuchado la frase «tomemos un cafecito» expresada a un amigo con el cual uno desea conversar o refiriéndose a una reunión de negocios, de polí­tica o de cualquier otro tipo. Pero no es a esto a lo que se refiere el tí­tulo de la presente opinión.

Juan Francisco Reyes López
jfrlguate@yahoo.com

El café ha sido el cultivo que desde la época de Justo Rufino Barrios, cuando la Revolución Liberal repartió tierras entre amigos y correligionarios que convirtieron a Guatemala en excelente productora de café y adicionalmente crearon fuentes de trabajo para miles de guatemaltecos de escasos recursos que estaban en pobreza y extrema pobreza y que tristemente sus descendientes continúan estándolo.

El alza o la baja de los precios internacionales de café han sido la alegrí­a o la tragedia de muchas familias, ya no digamos de sus trabajadores y por ello en el año 2001, cuando fui invitado para asistir, representando al Estado de Guatemala, a una reunión de Naciones Unidas en Sicilia sobre «La inmigración ilegal y la trata de blancas», al corresponderme exponer, encontrándome muy molesto por la forma en que el problema de la inmigración se enfocaba por los paí­ses económicamente desarrollados, les manifesté que ellos debí­an de volver a ver su historia porque todos sus paí­ses habí­an exportado millones de sus nacionales hacia el continente americano, que no habí­a paí­s en América desde el Estrecho de Bering al de Magallanes que no hubiera abierto sus puertas para que españoles, alemanes, ingleses, italianos, portugueses, franceses, yugoslavos, libaneses, palestinos, etc., no hubieran inmigrado a hacerse la América» como se definí­a en España cuando un español tan pobre como son muchos de los latinoamericanos, inmigraba a una tierra de oportunidades y años después regresaba como un «indiano con dinero», que si alguien lo ayudaba bastaba ver una serie de personas y de familias hoy para comprobar que esos inmigrantes habí­an sido recibidos sin limitaciones en nuestras tierras y ahora eran las grandes familias que en buena parte integraban las cúpulas económicas.

Agregué: señores, si no desean la inmigración ilegal, la prostitución, no la fomenten, páguennos un valor adecuado por nuestras exportaciones, empezando por el café. Aquí­ en Italia, una tacita de café, cuesta tres euros, el equivalente a casi 30 quetzales. Como quisiera que el salario mí­nimo que le pagan a un trabajador agricultor que produce el café, fuera el valor de esa tacita de café.

La gente no inmigra porque quiera hacerlo, las mujeres no se prostituyen por placer, lo hacen por necesidad, porque no tienen otra alternativa más que inmigrar y vender su mano de obra o su cuerpo.

Por ello me alegra tanto que en este mes el tema esté siendo abordado en «CNN en español», que un grupo de europeos haya efectuado un documental donde se diga claramente que si se quiere hablar de comercio y polí­ticas justas, debe pagarse el valor adecuado al café y otras exportaciones de ífrica y Latinoamérica, que no es posible que de una taza de café, que se vende en tres euros, sólo tres centavos vayan al productor.

Los candidatos deben fijar ahora su polí­tica salarial y migratoria como un compromiso con todos los guatemaltecos.