Hay muchas cosas que comentar ahora que se avecinan las elecciones. Los políticos son generosos con los columnistas que a diario ofrecen ideas y acciones para que éstos las sinteticen y presenten a la población una explicación interpretativa de la realidad. Hoy se dicen pendejos, mañana ladrones, el Tribunal Supremo Electoral la embarra cada vez perdiendo credibilidad, se mata a los candidatos y los nervios cada vez se ponen más de punta.
Los candidatos que van en la cola también saben ponerle sabor a las justas. Son los reyes del optimismo, apenas aparecen en las encuestas y dicen que darán la sorpresa del siglo. Citan a Fujimori, Serrano Elías y a cuanto político sea oportuno para decirle a la población que la idea de su triunfo no es descabellada. Al final, aunque uno sospeche que le están tomando el pelo, esos partidos no dejan de ser chistosos. Toda una joya para un país cuyo pesimismo es una de las notas esenciales de su carácter.
Otros campeones del positivismo son los que se enfrentan con ílvaro Arzú por la Alcaldía. Visitan asentamientos, van a los mercados, caminan por las calles, ofrecen mejorar la ciudad, entrarle a lo que falta (que no es poco por cierto), pero aquí la cosa ya está decidida. La gente no sólo confía tímidamente en el ex presidente –aún con sus frecuentes arranques de cólera, su escasa humildad y sus no poco frecuentes metidas de patas-, sino que no quiere arriesgarse con esa turba de novatos que súbitamente quieren aparecer como expertos en temas municipales. Pero, igual, los candidatos hacen bien visitando a la gente humilde, regalando camisetas y compartiendo optimismo.
Algunos partidos políticos parecen quejarse del silencio de los medios para con ellos. Dicen que son los patitos feos de la carrera, que están siendo injustos y por eso lloran, se quejan, patalean, pero a algunos partidos se les olvida que cuando tuvieron en el poder se portaron de la patada con la prensa. Ahora dicen no saberse explicar el porqué. Esos partidos cosechan lo que sembraron, pero, además, no sólo merecen un silencio absoluto, sino también el augurio de su desaparición total.
Los indecisos comienzan a decidirse muy tímidamente. La gente ya empieza a expresar su opinión de los candidatos. Finalmente en las cantinas ya no sólo se habla de fútbol y sexo, ahora se discute también el tema político. Ya se escuchan los argumentos. De que Colom no es bueno porque lleva en sus filas alguna gente mala. El otro respondiendo de que le demuestre que en el partido de su elección hay sólo angelitos. De que no votará por Suger porque es un candidato perdedor, el adversario replicando que si todos los que pensaran así votaran por él sería el próximo presidente de Guatemala. Y así, ad infinitum, se comienza a intentar dialogar de política. La cosa se pone caliente.
La elección del próximo presidente está cerca, deberíamos alegrarnos por el cambio, por las posibilidades que se pueden abrir, pero, igual, no nos hagamos ilusiones. Hay algo que parece indicar que las cosas no cambiarán, no sólo por culpa del futuro presidente del país, sino por una estructura injusta que nos está ahogando y en cuyo pantano nos hundimos cada día. No se haga ilusiones, aunque, claro, siga soñando eso hace bien al espíritu.