Luces y sombras en el caso de Blair


Luego de diez años como Primer Ministro de Inglaterra, este dí­a Tony Blair presentó su renuncia a la Reina Isabel II y ésta de inmediato convocó al nuevo lí­der laborista para pedirle que asuma el cargo e integre gobierno. Se trata, sin duda alguna, de uno de los dirigentes más destacados del final del siglo pasado y el principio del presente y su mandato hay que distinguirlo en dos partes marcadas, trágicamente, por el 11 de Septiembre del año 2001.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Blair fue uno de los exponentes de la llamada Tercera Ví­a de la Social Democracia que combinó los criterios tradicionales de esa corriente polí­tica en cuanto al compromiso con la gente más necesitada, con muchos de los criterios del nuevo liberalismo y de la economí­a de mercado. Y logró resultados positivos en el plano económico durante su gestión al frente del gobierno inglés y eso fue suficiente para permitirle ganar con abundante mayorí­a las elecciones a que se sometió su partido, dando a los laboristas el más largo gobierno de su historia.

Cuando Blair y Bill Clinton eran las figuras dominantes de las postrimerí­as del siglo pasado, indudablemente que la empatí­a entre los dos era tremenda y la similitud de sus polí­ticas económicas y sociales increí­ble. Ambos eran buenos comunicadores y el Primer Ministro Inglés no sólo habí­a colocado a su paí­s en una importante senda dentro del proceso de la unión europea, sino que además hizo grandes esfuerzos para consolidar a la decadente monarquí­a que tambaleó seriamente cuando él recién habí­a tomado posesión del cargo y se produjo la muerte de la princesa Diana, lo que hundió a la realeza en una actitud torpe que dio la espalda al sentimiento popular y forzó al lí­der laborista a aconsejar severamente a la reina acciones para no romper con un pueblo que parecí­a tener hasta la coronilla a sus majestades.

Los primeros cinco años de Tony Blair fueron de brillo increí­ble, tanto en el plano interno como en el plano internacional, pero tras los atentados de Al Qaeda en Nueva York, el Primer Ministro se desdibujó al no entender la polí­tica norteamericana que era visceral y poco inteligente. Blair debió ser el estadista que aconsejara al vaquero sobre las consecuencias de una guerra en Irak donde no habí­a salida posible tras el derrocamiento de Saddam Hussein porque la composición étnico-religiosa de la población iba a desatar una guerra civil. No se podí­a esperar que un gobierno inculto entendiera esas trágicas consecuencias, pero se supone que los ingleses tienen mayor conocimiento de la región por su pasado como metrópoli colonial y por su mayor conocimiento de la historia.

Blair selló su suerte cuando decidió que en vez de seguir siendo estadista iba a ser el perro faldero de Bush y Chenney, papel que no sólo le obligó en buena medida a poner fin anticipadamente a su mandato, sino que marcará su gestión cuando sea objeto del juicio de la historia. Los atentados de Londres son parte de esa consecuencia que tuvo su participación con una polí­tica dominada por el fanatismo más que por la razón. Se entendí­a el papel de Aznar porque sus similitudes con Bush saltan a la vista y se siguen manifestando en el tono de los Populares de Rajoy, pero Blair estaba llamado a ser el estadista que iluminara a los tres chiflados y lejos de jugar ese edificante papel, se sumó a ellos siendo apenas uno más, el perro faldero de Larry.