Luego de diez años como Primer Ministro de Inglaterra, este día Tony Blair presentó su renuncia a la Reina Isabel II y ésta de inmediato convocó al nuevo líder laborista para pedirle que asuma el cargo e integre gobierno. Se trata, sin duda alguna, de uno de los dirigentes más destacados del final del siglo pasado y el principio del presente y su mandato hay que distinguirlo en dos partes marcadas, trágicamente, por el 11 de Septiembre del año 2001.
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Blair fue uno de los exponentes de la llamada Tercera Vía de la Social Democracia que combinó los criterios tradicionales de esa corriente política en cuanto al compromiso con la gente más necesitada, con muchos de los criterios del nuevo liberalismo y de la economía de mercado. Y logró resultados positivos en el plano económico durante su gestión al frente del gobierno inglés y eso fue suficiente para permitirle ganar con abundante mayoría las elecciones a que se sometió su partido, dando a los laboristas el más largo gobierno de su historia.
Cuando Blair y Bill Clinton eran las figuras dominantes de las postrimerías del siglo pasado, indudablemente que la empatía entre los dos era tremenda y la similitud de sus políticas económicas y sociales increíble. Ambos eran buenos comunicadores y el Primer Ministro Inglés no sólo había colocado a su país en una importante senda dentro del proceso de la unión europea, sino que además hizo grandes esfuerzos para consolidar a la decadente monarquía que tambaleó seriamente cuando él recién había tomado posesión del cargo y se produjo la muerte de la princesa Diana, lo que hundió a la realeza en una actitud torpe que dio la espalda al sentimiento popular y forzó al líder laborista a aconsejar severamente a la reina acciones para no romper con un pueblo que parecía tener hasta la coronilla a sus majestades.
Los primeros cinco años de Tony Blair fueron de brillo increíble, tanto en el plano interno como en el plano internacional, pero tras los atentados de Al Qaeda en Nueva York, el Primer Ministro se desdibujó al no entender la política norteamericana que era visceral y poco inteligente. Blair debió ser el estadista que aconsejara al vaquero sobre las consecuencias de una guerra en Irak donde no había salida posible tras el derrocamiento de Saddam Hussein porque la composición étnico-religiosa de la población iba a desatar una guerra civil. No se podía esperar que un gobierno inculto entendiera esas trágicas consecuencias, pero se supone que los ingleses tienen mayor conocimiento de la región por su pasado como metrópoli colonial y por su mayor conocimiento de la historia.
Blair selló su suerte cuando decidió que en vez de seguir siendo estadista iba a ser el perro faldero de Bush y Chenney, papel que no sólo le obligó en buena medida a poner fin anticipadamente a su mandato, sino que marcará su gestión cuando sea objeto del juicio de la historia. Los atentados de Londres son parte de esa consecuencia que tuvo su participación con una política dominada por el fanatismo más que por la razón. Se entendía el papel de Aznar porque sus similitudes con Bush saltan a la vista y se siguen manifestando en el tono de los Populares de Rajoy, pero Blair estaba llamado a ser el estadista que iluminara a los tres chiflados y lejos de jugar ese edificante papel, se sumó a ellos siendo apenas uno más, el perro faldero de Larry.