R E A L I D A R I O (DLXIX)


Breve propuesta constructiva. Si para reducir de forma sensible el número de diputados al honorable debe desminuir la cantidad de habitantes del paí­s de la eterna, creo que todos tenemos que hacer el sacrificio respectivo, pues bien vale la pena. Podrí­a empezarse con suicidios masivos pero no escandalosos (envenenamientos privados, ahorcamientos discretos, silenciosas arrojadas del puente); aplicación de la eugenesia y de la eutanasia a todos los enfermos y a personas sanas que quieran ofrendarse por el bien de la patria; entablar guerras de exterminio entre municipios rivales o enemigos (por ejemplo, entre el municipio de ílvaro el Magní­fico y el de Tonocoro, lo cual representarí­a un importante número de bajas), entre maras contrarias (la Salvatrucha y la 18), entre mayas y criollos, etcétera; introducir entre la población algunos virus y bacterias desconocidos, incubados en los laboratorios del imperio, como un aporte a nuestra causa; implantar en todo el territorio nacional una polí­tica de esterilización masiva a toda hembra y varón mayor de 14 años de edad (esto para una polí­tica a mediano plazo); contactar con los extraterrestres para que por esos medios de alta tecnologí­a que suelen utilizar, mediante la antimateria y la fí­sica cuántica, succionen a todo aquel ciudadano mayor de edad que de forma voluntaria desee aportar su vida en aras de la patria y de paso viajen a mundo mejores, sin congresos. Y así­, cuando un nuevo censo arrojara 2 ó 3 millones de habitantes, a su vez, en nuestro honorable parlamento habrí­a un pleno de 15 ó 20 habladores, que tendrí­an que responder con su capacidad y eficiencia por todo el sacrificio realizado. Es solo una idea.

René Leiva

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El peorómetro polí­tico. Entre buena parte del electorado activo se dan diversas manifestaciones de malestar y desencanto debido a que todaví­a no se ha inventado el peorómetro polí­tico, revolucionario aparato electrónico que detectarí­a y medirí­a, de entre los 10 ó 15 presidenciables peores en oferta, al menos peor (pronúnciese «piorr»), y en base a tal dato irrebatible, votar en consecuencia, a menos que se tengan perversas intenciones. Es decir, el peorómetro serí­a un aparato para uso personal, que el votante adquirirí­a en el mercado a bajo precio y para ser utilizado en una sola ronda de elecciones generales y coroneles, o sea desechable. El peorómetro serí­a alimentado con bases de datos sobre la docena o docena y media de candidatos a la Presidencia de la República, especí­ficamente, en el entendido de que todos son más o menos peores, y en cosa de segundos marcarí­a en la pantalla al menos peor de todos, en una escala de 20 a 0, y entonces el sufragante ya tendrí­a una información cifrada y confiable, hasta cierto punto.

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Candados constitucionales. En las amplias y bien surtidas salas de mi biblioteca particular, un privilegiado asiento tiene la Constitución Polí­tica vigente, en su primera edición, 1992, Centro Impresor Piedra Santa, con Introducción de Jorge Mario Garcí­a Laguardia y dedicatoria suya hacia mí­ (me llama amigo y «colega). ¿Y esto a qué viene? ¡Ah!, sí­, es que el otro dí­a, movido por la curiosidad cientí­fica y preocupado por mi legendaria tendencia a ser un tanto distraí­do y despistado, me propuse buscar y sobre todo encontrar los señalados candados que se supone los constituyentes tuvieron a bien colocarle a nuestra Carta Magna en distintas partes de su bien proporcionado y escultural cuerpo. Y tengo entendido que un candado suele ser una cerradura suelta o móvil, contenida en una caja metálica de la que sale un gancho o anilla con los que se enganchan y aseguran puertas, tapaderas o piezas semejantes. Me gustarí­a agregar que hallé dichos candados, que la mayorí­a están bien cerrados, firmes, en sus respectivos lugares, aunque en algunos se nota que han querido abrirlos a la fuerza, violentarlos a martillazos, y que también los hay ya oxidados o incluso han sido robados. Me gustarí­a, pero no. (Por cierto, si a nuestra Constitución le hubieran puesto un cinturón de castidad, hecho a la medida por un buen y honrado cerrajero, muchos males se hubieran evitado durante los últimos 20 años, sin necesidad de tanto candado mohoso).

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Erratas. En Realidario DLXVIII, debe leerse veinteañeros en lugar de «veintiañeros», y Taiguán en vez de «Taiwan». Aunque a golpe dado no hay quite. Vale.