Breve propuesta constructiva. Si para reducir de forma sensible el número de diputados al honorable debe desminuir la cantidad de habitantes del país de la eterna, creo que todos tenemos que hacer el sacrificio respectivo, pues bien vale la pena. Podría empezarse con suicidios masivos pero no escandalosos (envenenamientos privados, ahorcamientos discretos, silenciosas arrojadas del puente); aplicación de la eugenesia y de la eutanasia a todos los enfermos y a personas sanas que quieran ofrendarse por el bien de la patria; entablar guerras de exterminio entre municipios rivales o enemigos (por ejemplo, entre el municipio de ílvaro el Magnífico y el de Tonocoro, lo cual representaría un importante número de bajas), entre maras contrarias (la Salvatrucha y la 18), entre mayas y criollos, etcétera; introducir entre la población algunos virus y bacterias desconocidos, incubados en los laboratorios del imperio, como un aporte a nuestra causa; implantar en todo el territorio nacional una política de esterilización masiva a toda hembra y varón mayor de 14 años de edad (esto para una política a mediano plazo); contactar con los extraterrestres para que por esos medios de alta tecnología que suelen utilizar, mediante la antimateria y la física cuántica, succionen a todo aquel ciudadano mayor de edad que de forma voluntaria desee aportar su vida en aras de la patria y de paso viajen a mundo mejores, sin congresos. Y así, cuando un nuevo censo arrojara 2 ó 3 millones de habitantes, a su vez, en nuestro honorable parlamento habría un pleno de 15 ó 20 habladores, que tendrían que responder con su capacidad y eficiencia por todo el sacrificio realizado. Es solo una idea.
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El peorómetro político. Entre buena parte del electorado activo se dan diversas manifestaciones de malestar y desencanto debido a que todavía no se ha inventado el peorómetro político, revolucionario aparato electrónico que detectaría y mediría, de entre los 10 ó 15 presidenciables peores en oferta, al menos peor (pronúnciese «piorr»), y en base a tal dato irrebatible, votar en consecuencia, a menos que se tengan perversas intenciones. Es decir, el peorómetro sería un aparato para uso personal, que el votante adquiriría en el mercado a bajo precio y para ser utilizado en una sola ronda de elecciones generales y coroneles, o sea desechable. El peorómetro sería alimentado con bases de datos sobre la docena o docena y media de candidatos a la Presidencia de la República, específicamente, en el entendido de que todos son más o menos peores, y en cosa de segundos marcaría en la pantalla al menos peor de todos, en una escala de 20 a 0, y entonces el sufragante ya tendría una información cifrada y confiable, hasta cierto punto.
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Candados constitucionales. En las amplias y bien surtidas salas de mi biblioteca particular, un privilegiado asiento tiene la Constitución Política vigente, en su primera edición, 1992, Centro Impresor Piedra Santa, con Introducción de Jorge Mario García Laguardia y dedicatoria suya hacia mí (me llama amigo y «colega). ¿Y esto a qué viene? ¡Ah!, sí, es que el otro día, movido por la curiosidad científica y preocupado por mi legendaria tendencia a ser un tanto distraído y despistado, me propuse buscar y sobre todo encontrar los señalados candados que se supone los constituyentes tuvieron a bien colocarle a nuestra Carta Magna en distintas partes de su bien proporcionado y escultural cuerpo. Y tengo entendido que un candado suele ser una cerradura suelta o móvil, contenida en una caja metálica de la que sale un gancho o anilla con los que se enganchan y aseguran puertas, tapaderas o piezas semejantes. Me gustaría agregar que hallé dichos candados, que la mayoría están bien cerrados, firmes, en sus respectivos lugares, aunque en algunos se nota que han querido abrirlos a la fuerza, violentarlos a martillazos, y que también los hay ya oxidados o incluso han sido robados. Me gustaría, pero no. (Por cierto, si a nuestra Constitución le hubieran puesto un cinturón de castidad, hecho a la medida por un buen y honrado cerrajero, muchos males se hubieran evitado durante los últimos 20 años, sin necesidad de tanto candado mohoso).
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Erratas. En Realidario DLXVIII, debe leerse veinteañeros en lugar de «veintiañeros», y Taiguán en vez de «Taiwan». Aunque a golpe dado no hay quite. Vale.