Desarrollar el gustómetro


Uno deberí­a tener educada la capacidad del gusto. Idealmente, por ejemplo, tener la cualidad de distinguir entre una buena taza de café y un «agua de calcetí­n», entre un buen libro y un adefesio escriturí­stico. Estas son cosas que no se tienen así­ por así­, innatas, concedidas al nomás nacer, no lo creo, me parece que son cosas que deben cultivarse, so pena de ser un caverní­cola que se conforme con cualquier cosa. Esto de saber catar es tan básico incluso en temas como el licor, la música, las mujeres, los hombres y un amplio etcétera.

Eduardo Blandón

En el tema polí­tico es igual. Tener descompuesto el «gustómetro» es conformarse con cualquier cosa. Y vaya que en nuestro paí­s a veces falta una buena iniciación polí­tica que permita discriminar lo bello de lo horroroso y la paja del trigo. Creer que cualquier candidato es bueno no es sino estar confundido, desorientado y sin capacidad alguna en el sentido del gusto. Serí­a como creer que cualquier hombre (o mujer) son buenos para uno.

Tener mal educado el sentido del gusto deberí­a ser causa suficiente para aislar al sujeto en cuestión y ponerlo en cuarentena en un hospital, recluido mientras se cure y esté lejos de difundir su pernicioso virus. Los desorientados son peligrosos, no sólo para ellos mismos que suelen equivocarse, caerse y escaparse de matar por sus decisiones idiotas, sino también para los demás. Imagí­nese a un padre de familia con el sentido del gusto en estado calamitoso (digamos el que se refiere al tema polí­tico), es una amenaza pública para la esposa, los hijos y hasta a los sobrinos, cuñados y suegros. Vociferará tonteras y, si es convincente, hará caer a todos en su estado comatoso.

El sujeto con el gusto polí­tico atrofiado o enfermo dirá juicios tan espeluznantes como lo dirí­a el que no sabe de café. Algo así­ como que «el café instantáneo es el mejor de todos», «el café recalentado sabe igual al que se acaba de hacer» o que «el café ensucia los dientes». Juicios errados que cualquier conocedor mediano del tema podrí­a contradecir. Por eso no es equivocado decir que personas así­ son causa de preocupación y angustia pública.

El «gustómetro» polí­tico debe afinarse para no fijarse en cosas que parecen banales. El otro dí­a alguien me decí­a que no votaba por un candidato porque le parecí­a «gay», otro me dijo que la forma de hablar de uno de los aspirantes le parecí­a abominable y, finalmente, un amigo me dijo que lo que necesitaba el paí­s era un candidato que masacrara a los delincuentes (casi que pusiera una bomba atómica sobre el paí­s para empezar de nuevo). Expresiones así­ muestran no sólo que el gusto está atrofiado, sino que también el «ideómetro» está por los suelos. A estos niños hay que llevarlos a la escuela para que aprendan buenos modales, ponerlos a ver Plaza Sésamo, Barney u otro programa educativo conforme a su nivel intelectual.

No sé si dará tiempo en estos ochenta y tantos dí­as que restan para las elecciones en materia de educar el gusto polí­tico, pero bien harí­amos, al menos, en meditar si estamos desorientados o no a la hora de escoger candidatos. Urge aprender a catar y desarrollar el sentido del gusto en este campo. Afinémonos.