Partida de gorrones


Los que trabajan para la administración pública, desde el Presidente de la República hasta el último de los porteros, de la más humilde de las dependencias, del más recóndito lugar de la República, devengan un salario para servir a la comunidad a la que se deben y para seguir hablando con la misma franqueza, el dinero que perciben no sale de ninguna otra parte más que del bolsillo de los contribuyentes. Hacer lo contrario, vivir agitando el cotarro a través de un sindicato en procura de mayores privilegios o de disfrutar de la haraganerí­a; no asistir puntualmente a sus labores y desempeñarlas al menos por ocho horas diarias, cinco dí­as a la semana, para andar a la caza de mayores privilegios, no es más que una legí­tima gorronerí­a, la que define el amansa burros como aquel que vive y se divierte a costa ajena.

Francisco Cáceres Barrios

Disculpen si soy muy directo y franco para tratar el tema, pero es que acompaño a millones de guatemaltecos que estamos hasta el gorro de ver cómo es que un dirigente sindical magisterial, aparte de ser insolente y mal encarado, se pasa viva la Pepa todo el tiempo, faltándole el respeto que merece a cualquier funcionario, no digamos a sus propios correligionarios y colegas que no aceptan que alguien viva a sus expensas.

Pero bien sabemos que no sólo en el ramo de la educación pública existe esta especie de sanguijuelas que viven a expensas de los tributos de la población. Fui de los que me quedé con la boca abierta cuando leí­ en Siglo Veintiuno del 14 de mayo, que en el ramo de Salud Pública existen 973 personas que cobran «remuneraciones» (vea usted que tamaña contradicción) sin trabajar. Que en ese Ministerio hay 17 sindicatos activos. Que a costillas del Erario Nacional reciben beneficios que representan 29 millones de quetzales (más de 40 millones anuales con 14 meses de remuneraciones) pues no tienen «sueldos de hambre» como usted podrí­a estarse imaginando, sino tienen Q3 mil mensuales de sueldo promedio por trabajador.

No, disculpen, como bien reza el refrán: «El que quiera celeste que le cueste». No discuto que a calificados dirigentes se les facilite o alivie su gestión sindical, eso no es nada nuevo ni extraño en todo el mundo, pero cosa muy distinta es vivir de gorra, mientras miles de empleados se fajan de sol a sol para recibir igual o inferior salario. Me molesta tanto la dilapidación de los fondos públicos que yo votarí­a gustoso por un candidato presidencial que tuviera el carácter, la decisión y aquellos otros atributos que tanta faltan están haciendo en Guatemala para acabar de una vez por todas con tanta corrupción, impunidad y gorronerí­a como éstas. Si sumamos lo que impera en el Congreso, en el Parlacen, solo para citar un par de ejemplos, ¿adónde vamos ir a parar?