Los textos de filosofía dicen que la duda es la suspensión del juicio. El espíritu flota entre el sí y el no, explican los eruditos, sea porque no percibe ninguna razón para afirmar o negar, o por el contrario, porque percibe razones iguales para afirmar que para negar. Estos tiempos previos a las elecciones son el período santo de la duda.
Algunos se encuentran oscilantes en estas fechas. Son tiempos para deshojar margaritas o lanzar la moneda para ver por quién votar. Muchos incluso quisieran que uno decidiera por ellos y por eso preguntan muy interesados cuál es nuestro veredicto al respecto. Dame razones, dicen, argumentos, esperando que la moneda caiga y finalmente se determinen por quién emitir el voto.
La propaganda es para los que dudan. El que está seguro no necesita argumentos, ninguna objeción lo aparta de aquello que cree. En cambio los indecisos son como veletas arrastradas por el viento. Basta una canción, el saludo del candidato, una noticia para que sin mayor explicación se determine. Quien duda es una caja de sorpresa, un día puede estar a favor de la derecha, el otro con la izquierda y, finalmente, puede afirmar que es más del centro. Uno no sabe cómo ni en qué piensa.
El indeciso toma las cosas suaves y no se mortifica. Pasa toda la campaña sin saber por quién votar, pero eso no le preocupa. Prefiere antes escuchar todos los anuncios de la radio, leer las noticias y ver mucha televisión. Pregunta al barbero, a la señora de las verduras y hasta a quien hace cola con él en la ventanilla del banco. Necesita saber por quién va a votar la mayoría para decidirse por el presunto ganador. í‰l cree que el voto debe darse a quien corre en el primer puesto, como si fuera carrera de caballos. Así, él cree que si vota por «el ganador», él también gana.
Como parecen ser muchos los indecisos, los candidatos andan por las calles ayudando a los atormentados dudosos. Casi es un acto de caridad vial. Es una especie de invitación para que terminen con esa infelicidad del espíritu, la desgracia de no determinarse finalmente por alguien. Los políticos saben que su futuro depende de esta mayoría amorfa y que un buen discurso o una amable sonrisa puede ser vital para obtener el voto deseado.
La genial propaganda está hecha para los indecisos, las buenas frases y los saludos originales. Los creadores saben que un «sí se puede» o un «obras, no palabras», puede marcar la diferencia. Y si el dedo apunta al cielo o se cierra el puño, mejor, cada gesto tiene un significado que el indeciso puede tomar como propio.
Los que persisten en la duda son peligrosos. Son ellos quienes finalmente imponen presidentes y orientan con su precipitación el futuro del país. Yo creo que debe ser cierto eso que a los tibios, a los que no son ni frío ni caliente, a los que son un manojo de dudas, Dios mismo los vomitará de su boca. No sea usted un vómito tan feo, decídase pronto y deje de considerar tanto su voto a partir del estado del tiempo o por su signo zodiacal.