Guatemala, un paí­s inmensamente rico


Pocos paí­ses del mundo y especí­ficamente de Latinoamérica son tan inmensamente ricos como Guatemala. Figúrese usted que cada cuatro años ascienden o se reeligen en el poder, hombres y mujeres que, en su mayorí­a, se dedican con ahí­nco, con disimulo o con júbilo a saquear a la Nación, pero no hay forma que el Estado vaya a la bancarrota.

Eduardo Villatoro

Hemos observado a compatriotas que después de transportarse en un pichirilo, si bien les va, después de ocupar un cargo público, de elección popular o designación, se desplazan en elegantes automóviles de modelo reciente, cambian de barrio y hasta de mujer, establecen empresas y forman un capital para asegurar su futuro.

Otros, que antes de lanzarse audazmente al mar de la polí­tica ya han heredado o forjado una fortuna; al ocupar cargos prominentes en el aparato burocrático multiplican sus ingresos, superando algunas superficialidades, como es la integridad, el honor, la moral y otros valores que sólo son un estorbo en la frenética carrera del enriquecimiento ilí­cito.

Algunos de estos suelen ser más afortunados, como en el caso de los parlamentarios que son reelegidos cada cuatro años, en una, dos, o más veces, independientemente de absurdas ataduras ideológicas, porque han tenido la facilidad de cambiar de bancada frecuentemente. Si fueron elegidos porque decí­an representar los intereses de las clases populares, al poco tiempo no vacilan en ir a ocupar con sus adiposos glúteos una de las curules donde se acomoda la gente de bien, los mariscales de la ilimitada economí­a de mercado.

La mayorí­a no tiene que enfrentarse a ese hipotético dilema de renovar su discurso, porque lo mismo le da trasladarse de un bloque a uno distinto, toda vez que, al fin de cuentas, no existe una lí­nea doctrinaria ni ética que sirva de frontera entre variadas divisas, puesto que defienden intereses de poderosos grupos económicos.

Otros más tienen la astucia de apostar por la fórmula ganadora en las elecciones presidenciales, de modo que aseguran un cargo cuyo sueldo no tiene relevancia, en vista de que desde sus posiciones están en capacidad de realizar negocios, aprovechándose de la información confidencial que manejan

A los pocos meses, los cándidos electores ya se han arrepentido de la decisión espontánea y deliberada que adoptaron el dí­a que votaron, ostentoso reflejo del sistema democrático que disfrutamos, y se dan a la tarea de murmurar contra el presidente que eligieron, el diputado de su distrito o el alcalde de su jurisdicción.

Es entonces cuando el ciudadano común y corriente, que se gana la vida desde su pequeña empresa, conduciendo un tráiler, dando clases en una olvidada escuela, invirtiendo sus capitales para crear puestos de trabajo, yendo cotidianamente a su oficina, trabajando desde un mostrador, sembrando en su parcela, atendiendo su consultorio, vendiendo seguros de vida, enjaulado en su farmacia o tienda de barrio, pilotando un taxi o simplemente quedándose en los quehaceres de la casa mientras el marido se transporta apretujado en un bus urbano, es entonces -decí­a- cuando reflexiona que no vale la pena votar y se hace el juramento que en las próximas elecciones por pendejo va a ir aguantar sed, a formar largas filas, a llevar sol. Pero?

Sí­, pero el tiempo transcurre, los polí­ticos de la oposición de encargan de malinformar a los del partido oficial, los medios divulgan las deficiencias en las escuelas, en las cárceles, en los hospitales y hasta en la morgue, además de revelar algunos datos sueltos de funcionarios que abandonaron la pobreza de su juventud o incrementaron el legado inmobiliario de sus padres y otras minucias por el estilo.

Y antes de que se convoque a elecciones, nuevamente esa clase que tanto sacrificio ha hecho para enriquecerse retorna a la carga, lanzando las mismas promesas de hace 12, 8 o cuatro años? y los guatemaltecos volvemos a caer de babosos, a creer en las ofertas que de antemano sabemos que son parte del folclore del engaño y la mentira, desfogándose en la retórica de quienes, ahora sí­, van a acabar con los ladrones, los sinvergí¼enzas, los tramposos, los que han esquilmado a la patria, porque es tiempo de dignificar la polí­tica, de honrar los compromisos, de rescatar los valores perdidos.

Guatemala es tan inmensamente rica que no hay forma que los corruptos acaben con los bienes del paí­s, aunque la miseria, la desnutrición y la explotación se aprieten en la periferia urbana y en el corazón rural.

(El diputado Romualdo Karadura, candidato a la reelección en el Congreso, asegura a sus paisanos: ¡Esta vez ofrezco y garantizo que cumpliré con lo que les prometí­ hace cuatro años!).