La democracia se ha convertido en un lujo muy caro porque no hay forma en que alguien pueda participar decorosamente si no tiene sólidos respaldos financieros para participar en campañas que cada vez requieren más inversión. Y conforme van apareciendo las encuestas, los candidatos menos favorecidos por esos indicadores se ven en dificultades para ir abriendo la billetera de potenciales apoyos, por lo que virtualmente se produce un círculo vicioso en el que las candidaturas más pequeñas tienden a empequeñecerse aún más por falta de oxígeno económico.
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De no ser porque en Guatemala la televisión abierta ofrece a todos los candidatos espacios para promocionarse, muchos de los que se proclaman no podrían ser nunca vistos ni oídos por la población debido a su falta de recurso económico. Pero aparecer una que otra vez en la pantalla de los canales y recibir uno que otro espacio gratuito, en tiempos no preferenciales, en las estaciones de radio no alcanza para levantar vuelo ni, mucho menos, para conseguir el primer gran objetivo de los políticos.
Uno pensaría que los candidatos están trabajando a tiempo completo en atraer votos, pero la verdad es que a estas alturas de la contienda debemos entender que su esfuerzo es por atraer dinero. Todos saben cuánta importancia tiene el dinero para la campaña electoral y por lo tanto deben convencer a las fuentes tradicionales de financiamiento para que les asignen las ayudas correspondientes y en ese sentido mucho del proselitismo actual tiene la finalidad de fortalecer las posiciones en las encuestas, sabiendo que nadie apostará a caballo perdedor y que quien no figure punteando no va a recibir la gran tajada.
Si damos por aceptado que el tema central de la campaña política es la recaudación de fondos, tenemos que ver que los mismos van siempre acompañados de algún compromiso y que en la medida en que los ciudadanos caemos en ese clientelismo político que es tan grande en nuestro país, estamos apuntalando un sistema que más que democracia se traduce en pistocracia. En otras palabras, no es el Gobierno del pueblo, sino el gobierno de quienes tienen dinero suficiente para influir y decidir una elección. El pisto, ese poderoso caballero conocido como don dinero, es el factor esencial y cuando los políticos ven el resultado de las encuestas lo traducen de inmediato en el impacto que su publicación tendrá en los sectores de poder económico que controlan el flujo de los fondos.
Cierto es que una encuesta tiene que verse como la fotografía de la intención popular en un momento determinado y que la situación puede cambiar. Cierto es que los candidatos tienen frente a sí a un montón de indecisos que, bien convencidos, podrían darle vuelta a la tortilla. Pero para convencerlos hace falta algo que no se encuentra en los árboles y es dinero. Los candidatos con suficiente dinero tendrán recurso para llegar a mayor número de gente y convencer a los indecisos. Por ello es que si bien la encuesta es un reflejo del momento, influye seriamente en el resultado final, sobre todo porque a estas alturas ya deja fuera a varios a la hora de pedir dinero.
Quien no aparezca con probabilidades y no muestre un crecimiento respetable de una encuesta a otra, jamás aparecerá junto a los punteros simple y sencillamente porque la llave del chorro que lleva el pisto estará cerrada definitivamente. Y al final de cuentas, en nuestro peculiar modelo democrático, tan importante como contar los votos es contar las fichas.