El día martes veinticuatro de abril, la columna Temas Musicales cumplió su vigésimo primer aniversario. Interrumpiremos nuestros acostumbrados apuntes musicales para reflexionar un tanto sobre las motivaciones de la misma, ya que son 21 años de publicarse, ininterrumpidamente, en las páginas de La Hora (1986-2007). Deseo, pues, pergeñar a vuelapluma algunas líneas al respecto y como homenaje a Casiopea dorada, la inextinguible y sideral amapolita de trigo en campo de luceros.
La experiencia de escribir esta columna en La Hora durante todo este tiempo ha sido alentadora, de profunda formación y no menos disciplina.
Sin embargo, antes de hablar un tanto sobre la forma de gestación cotidiana de Temas Musicales (de lo que en música llamamos «los ensayos», «estar atrás de bambalinas» o «en telar»), deseo patentizar mi reconocimiento sincero a MI gente de La Hora. Mi gratitud sincera a ese amigo fiel y entrañable, vertical como un silbo que es Oscar Clemente Marroquín Godoy, digno y honesto hasta la albura, por su amistad, generosidad y comprensión. Para él, todo mi reconocimiento, desde lo más profundo de mi corazón, por la acogida tan cálida a mi persona y a estas inquietudes musicales. Siempre me ha abierto las puertas del periódico sin ninguna restricción y me ha brindado el espacio que he requerido. En este sentido, aunque siempre lo he dicho y no me cansaré de reiterarlo, en un país como el nuestro, casi aldeano, que un Diario de la calidad de La Hora invierta espacio en temas tan complejos como los del comentario musical, es gratificante y habla muy alto del espíritu periodístico de los Marroquín, pues es una manera de compartir con sus lectores las excelencias de la cultura y del arte, sin escatimar esfuerzo alguno.
Para el que escribe, elaborar cada semana esta columna ha sido y es causa de auténtica satisfacción. Un verdadero placer, y más aún, un deber como melómano.
Debo confesar que el destino, el fatum de Tchaikowsky, puso ante mí caminos ineludibles como expresaría el poeta latino G. Valerius Catullus; y casi sin sentirlo, imperceptiblemente, «de puntillas», salí de los coros de las catedrales para terminar en los claustros académicos de la Universidad de San Carlos de Guatemala y otras universidades de América, sin inclusive darme cuenta cabal. De mi soledad serena entre los torreones y troneras del órgano de los coros altos y bajos, terminé recorriendo los caminos, aldeas y ciudades de mi país.
Sin embargo, el músico que en mi alma y en mi sangre hay, jamás me ha dejado; porque sé, y de ello estoy convencido, que la música es lo único que nos permite estar cerca de Dios, es el único camino para alcanzar la belleza, por tortuoso o angustioso que éste sea. Finalmente, quiero confesar en este vigésimo primer aniversario de mi columna, que todo el esfuerzo invertido, todo el apoyo del Diario La Hora, está más que plenamente recompensado en los lectores que positivamente sé que leen estas disquisiciones. Mi compromiso con ellos es para toda la vida. Por ello seguiré en la tarea con todo entusiasmo. Por estos 21 años, mi gratitud a todos.