Yeltsin


Escribí­a dí­as atrás que en polí­tica para triunfar no hay que dejar pasar el mejor momento, eso es lo que hizo Boris Nicolayevich Yeltsin en 1991; le cubrió las espaldas a Mijail Gorbachov quien en 1987 lo habí­a sacado del juego después de haberlo ayudado a subir paso a paso al asumir Gorbachov el poder, en 1985. De Comisionado de la Construcción en Sverdlovsk pasó a ser Secretario del Comité Regional en 1975; en 1976 el Politburó del CPSU lo promovió a Primer Secretario en su ciudad natal y de ahí­ dio sólo un paso para ser miembro del Comité Central del Partido Comunista. Fue Alcalde de Moscú y Primer Secretario del Partido de 1985 a 1987. Ese año cayó en desgracia ante Gorbachov y fue sacado del Politburó; se sumió en una gran depresión que lo llevó al borde del suicidio.

Mario Castejón

Desde 1987 Yeltsin promovió su figura como opositor a Gorbachov y fue ganando espacios para constituirse en una alternativa del poder en la entonces Unión Soviética. En 1989 fue electo Diputado del Congreso del Pueblo Delegado de Moscú y en 1990 miembro del Directorio del Soviet Supremo. Su lí­nea continuaba siendo de oposición aunque gozando de las ventajas materiales del Poder. Así­ las cosas, el tiempo fue pasando y sus crí­ticas cada vez mayores iban dirigidas a la necesaria desmembración de la Unión Soviética.

Con Gorbachov en el poder fue electo Presidente de la Nueva Federación Rusa en junio de 1991 derrotando al candidato propuesto por éste. En agosto de 1991 los cuadros de la vieja Nomenklatura Soviética retuvieron a Gorbachov en una visita que hací­a a Crimea y fue el momento crucial en el que intervino Yeltsin y se convirtió de la noche a la mañana en el hombre fuerte de Rusia. Movió sus hilos dentro de la oficialidad joven del Ejército para hacerle frente a aquellos viejos cuadros del Stalinismo, incluyendo al temido KGB dentro de cuya estructura se encontraba Vladimir Putin, un joven abogado que presentí­a los vientos de cambio, y lo apoyó integrándose al gobierno. Los oficiales del Ejército Ruso eran cuadros jóvenes que no habí­an vivido los rigores del Stanilismo durante la guerra, cuando la mitad de Rusia estaba ocupada por los Ejércitos de Hitler a pocos kilómetros de Moscú sitiando a Stalingrado. Esa oficialidad joven apoyó a Yeltsin y a lo que éste significaba.

Gorbachov regresó a Rusia, pero su momento habí­a pasado. Las palabras Perestroika y Glassnost que habí­an hechizado al mundo años atrás ya no significaban nada, la voz mágica era LIBERTAD. La figura de aquel hombrón rubicundo de pelo blanco subido en un tanque arengando al pueblo llenó las portadas de los diarios. No era Yeltsin un hombre dotado de condiciones de Estadista, era una personalidad simple, audaz y de inteligencia práctica, no un intelectual como Gorbachov que manejaba la economí­a con la punta del dedo, pero al igual que el autor de la Perestroika era carismático.

El primer y segundo año de Yeltsin fueron partos dolorosos. Tuvo que ordenar a los tanques que bombardearan el Palacio Blanco, fortaleza del Partido Comunista para sacar a los disidentes que se habí­an atrincherado y se negaban a aceptar el nuevo orden. La Economí­a de Mercado en una Rusia acostumbrada a los controles del Estado, donde habí­a escasez y un crecimiento económico detenido provocaron inflación, hambre y desempleo, las heridas del Stanilismo desde la muerte de Lenin en 1922 y el desgaste de una Guerra Civil contra los que querí­an volver al viejo régimen todaví­a sangraban.

La subida de Yeltsin al poder significó un alivio para la Casa Blanca que lo cortejó desde que apareció como abanderado opositor a Gorbachov, se le recibí­a como a un viejo amigo y en uno de sus viajes a Estados Unidos protagonizó un escándalo en medio de una borrachera. Reagan y Gorbachov pasaron años negociando el desarme y este derrumbamiento gratuito de la Unión Soviética vino a ser un regalo frente a las posiciones duras de sus antecesores. No hubo un Plan Marshall para Rusia, las negociaciones del Control del Armamento Nuclear Soviético trajeron algunas ventajas, pero nunca suficientes para enfrentar la reconstrucción del Estado y el paso de una infraestructura productiva controlada a manos de particulares. La inflación seguí­a galopante igual que el hambre, sin embargo, Yeltsin continuaba a su paso, emanaba fuerza, bailaba y reí­a sorprendiendo a propios y ajenos. El Gobierno lo manejaba autoritariamente quitando y poniendo ministros y oyendo poco a sus consejeros, la intuición era su arma favorita.

Su segundo perí­odo no fue mejor que el primero, dedicó tiempo a recuperar su salud tras una cirugí­a cardí­aca que le practicó el doctor M. De Bakey enviado por la Casa Blanca a Moscú. Las acciones militares en Chechenia y la represión seguida volvieron a oscurecer su mandato. A lo anterior se sumó la penetración de las mafias en el control del aparato productivo, la corrupción desenfrenada y el crimen organizado que le acarrearon también descrédito, su liderazgo se debilitaba. La decisión de renunciar el dí­a de Año Nuevo de 2000 para dejar a Putin como Presidente provisorio no tomó a muchos de sorpresa.

Sus honras fúnebres, un Funeral de Estado peculiar, estuvieron llenas de significado, fue un lí­der popular que murió siendo querido por su pueblo. La imagen que el mundo guarda de él es verlo subido sobre la torreta de aquel tanque arengando a sus seguidores.

Murió el licenciado Arnoldo Escobar, un educador nato, nos conocimos en 1960 presidiendo yo la AEU y él la Facultad de Humanidades, recibió muchos premios a su trabajo, ahora estará recibiendo el Premio Mayor.