Tenemos razones para ser desconfiados. No es para poco. Llevamos muchos años de desengaño, y en el plano social poco es lo que hemos recibido tras veinticinco años de seudoapertura política, porque, para ser honestos, no hay democracia real.
Ahora, al menos nos enteramos de la crisis sistemática del Estado. Sabemos que este Estado cimbrado como está en los vaivenes del ’capitalismo más atrasado’ es muy poco lo que puede hacer por el interés general de los guatemaltecos.
En estos últimos cinco lustros se desmanteló aún más a un Estado por sí tradicionalmente débil, minimizando su razón de ser: procurar el bienestar y la convivencia pacífica entre los guatemaltecos. Es, por demás, un Estado corrompido desde sus entrañas. Dejó de cumplir sus funciones y aunque parezca exagerado todo lo que hace es nada para velar por el bien común del país.
Empero, los privilegiados de siempre tienen suerte. Tras el colapso del café parecía que venía una agudización de las contradicciones sociales, pero, cambiaron las correlaciones del poder a nivel mundial, trayendo consigo un cambio en el proceso económico interno pues, como es bien conocido, quienes dirigen este país periférico son, en lo que les es útil, asiduos cumplidores de los postulados económicos de los centros de poder mundial, no así en las recomendaciones para mejorar la justicia social.
El fin de la Guerra Fría y el Consenso de Washington dieron pie a una reorientación de la cosa pública. Vino el desmantelamiento del Estado hasta alcanzar niveles más graves de ineficiencia como la que estamos padeciendo actualmente. A la par vino el auge del mercado libre con su falsa promesa de la mano invisible, un dios metalizado que vende promesas para el largo plazo también.
Todo estaba dado para agudizar las contradicciones, pero no, a este pueblo aún le faltaba un sacrificio más: sostener sobre el lomo de su pobreza la caída final de un Estado ingrato, sin solidaridad ni compasión. Fue así como se aceleró la migración hacia los Estados Unidos, haciendo llegar (recién el año anterior) con el esfuerzo de sus manos y el sudor de sus frentes la bicoca de más de tres mil quinientos millones de dólares anuales, base, prácticamente, de la estabilidad financiera y monetaria del país y alimento para seguir engordado al statu quo. Aunque, desde luego, el hado de las élites es tan grande, que también se benefician del goteo de tráficos no muy idóneos, los cuales dejan, al decir de algunos, no menos de cinco mil millones de quetzales anuales circulando en Guatemala.
En ese contexto brutal, ¿qué podemos esperar del nuevo equipo de Gobernación? ¿Voluntarismo y verticalismo administrativo? ¿Consenso y horizontalismo social? ¿Estarán dispuestos a enfrentar sustancial y transparentemente los problemas de fondo en el corto, mediano y largo plazo?
Mientras tanto, desconfiados como somos, quisiéramos equivocarnos. A lo mejor nos dan una grata sorpresa.