Perder para ganar


Hay pérdidas que son dolorosas. Nada más triste en la infancia, por ejemplo, que la pérdida de uno de los padres, un familiar cercano y, a veces, hasta la desaparición de una mascota. Son pérdidas de las cuales uno difí­cilmente se repone y marcan la vida. De hecho la existencia pareciera ser un entrenamiento constante en el arte de reponerse de las ausencias valiosas.

Eduardo Blandón

Pero sí­ hay algunas pérdidas que dejan huellas por el dolor que ocasionan, hay otras que uno desea enormemente. De pequeño, por ejemplo, yo le pedí­a a Dios que desapareciera a la niña que yo amaba (siempre secretamente por mi timidez) porque ella no me hací­a caso. Yo la querí­a, soñaba con ella y hasta le escribí­a cartas -que nunca le entregué, por supuesto-, pero ella me hací­a sufrir con su indiferencia. Ella simplemente amaba a otro y yo acaso le resultaba otro más de su enorme lista.

La verdad es que en la vida uno deberí­a acostumbrarse a perder. Pero no es fácil. El caso de los polí­ticos a veces es patético porque nunca se resignan a irse definitivamente. No importa que queden en el último puesto, ellos siempre, cada cuatro años, se presentan como candidatos. Así­ tenemos a eternos perdedores que, siendo sinceros, dan lástima.

Es en estos casos cuando uno más bien se alegra de la pérdida. Uno dice para sí­ mismo, ojalá que ahora sí­ desaparezca, se lo trague la tierra y no vuelva nunca más a presentarse en una papeleta. Son pérdidas que hacen bien al paí­s, a los ciudadanos e, incluso hasta a ellos mismos que quizá se puedan dedicar a cosas en donde Dios les bendiga más abundantemente.

Para estas elecciones en la que hay muchí­simas opciones (porque todos quieren ser presidente) es deseable que la mayor parte de ellos desaparezcan del mapa, se pierdan de una vez. Que aquel que dejó de ser profesor continúe dando clases, que el que ama la ecologí­a funde una ONG y que el que es médico se dedique a curar gente. Que consideren la pérdida más como un designio del cielo que como un castigo divino. Que sientan que Dios les concedió su deseo de ser candidatos, pero nada más, que no es tarado para dejarlos gobernar el paí­s (aunque últimamente, siendo sinceros, ha perdido la brújula).

Perder cosas es valioso, ver que la gente desaparece es saludable. Si no mire qué hermoso es ver columnistas que ya no escriben más, dictadores que fallecen y hasta gobiernos que terminan. Todo esto demuestra que Dios se aburre a morir con lo mismo y se renueva todos los dí­as. í‰l también es fans de lo nuevo.