Creo que nuestros diputados harían bien en seguir con detenimiento lo que ocurre en otras latitudes porque hay situaciones en las que se evidencia no sólo la seriedad sino la capacidad y talento para efectuar investigaciones que contribuyen a mantener el sistema de pesos y contrapesos en el ejercicio del poder. La nueva tecnología, en la que nuestro Congreso ha gastado una buena cantidad de dinero, permitiría a aquellos representantes que entienden el idioma inglés ver cómo el comité de asuntos judiciales del Senado de los Estados Unidos condujo el interrogatorio de Alberto González para evidenciar el nivel de manoseo político que hubo en la destitución de los fiscales.
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Y es que en una democracia es necesario que funcionen mecanismos de fiscalización política y nuestras interpelaciones dejan tanto que desear por la forma en que se conducen y por sus efectos, que debiera de aprenderse de lo que hacen en otros países para actuar de forma más efectiva. No hay país del mundo en el que no existan abusos o errores graves que tienen que ser corregidos a tiempo.
Por supuesto que existen diferencias en cuanto a las credenciales y capacidades de legisladores de uno y otro país, pero tampoco puede pensarse que todos los miembros del Congreso de los Estados Unidos sean genios o superdotados. Lo que pasa es que se preocupan por estudiar y por actuar de manera menos circense y cuando colocan en el banquillo a un funcionario como el Secretario de Justicia, lo hacen con propiedad y el interrogatorio es de peso, contundente y además ilustrativo. Tanto así que el abogado de Bush quedó en evidencia y hasta personal de la misma Casa Blanca cree que con sus respuestas Alberto González cavó su propia tumba de la que sólo podría salvarse si el empecinamiento del Presidente es de tal proporción que a pesar de las evidencias, trata de mantenerlo en el puesto.
Ahora que los partidos están estructurando sus listas de candidatos a diputados, tendrían que reparar en el papel trascendental que tienen que jugar los diputados y que no se limita a levantar la mano cuando hay votaciones. Es más, ni siquiera se tiene que reducir el papel de los legisladores a eso, a legislar, sino que tiene que entenderse que el Congreso como órgano está llamado a realizar la fiscalización del ejercicio del poder y por lo tanto tienen que controlar la forma en que los funcionarios nombrados se comportan. No se trata de juicios en los que se requiere de la plena e irrefutable prueba, sino de juicios políticos en los que la evidencia bien sustentada es suficiente para dictar veredictos.
Recientemente en Guatemala vimos la interpelación del ministro de Gobernación, Carlos Vielmann, que terminó con un voto adverso que afianzó su decisión de renunciar. Pero si repasamos en el contenido de las preguntas y reparamos en la forma en que se dirigió el procedimiento, veremos que no hay siquiera ese tipo de evidencias circunstanciales porque los diputados no se aplicaron a la hora de preparar su interrogatorio que se evidenció como muy superficial en muchas cosas.
Nuestra democracia tiene muchas fallas, pero una de las mayores es esa incapacidad de nuestro Congreso para jugar el papel de serio fiscalizador político que le hace falta al país y en vez de que vayamos mejorando, cada día tenemos congresos menos aptos y calificados. Por ello es que los partidos tendrían que hacer una reflexión para dejar de privilegiar la disciplina de borrego y anteponer la calidad de sus candidatos.