La delincuencia y la impunidad son los dos temas de moda, y no porque sean nuevos, sino porque han crecido como mala hierba al extremo que han cercado e inmovilizado al Estado y los valores morales de la sociedad.
Guatemala se ha convertido en la ciudad del miedo: casas y colonias abandonadas por temor, ciudadanos que tratan de no salir después de las seis de la tarde, niños que tienen que ir y venir del colegio, de la tienda, de jugar en algún predio baldío, acompañados de adultos y sin garantía alguna de regresar vivos, mujeres de toda edad que son violadas y asesinadas salvajemente, territorios completos que son dominados por las maras y el narcotráfico, narcotraficantes que dan millones en aporte a determinados partidos para cobrar después la factura o bien ser electos para un cargo «popular» o en último caso que de perdida, si queda su candidato (ya que reparten al menos a los cuatro con mayores posibilidades mediante empresas de fachada), sean nombrados o ministros de gobernación, intendente de aduanas, comisario de algún municipio fronterizo, o jefe de vistas o vista al menos…
Hace unos 6 o 7 años, conversando con el entonces zar antidrogas de Estados Unidos y el Fiscal General de Panamá, me decían: «El capo es aquel que sale en las páginas sociales, que es entrevistado en los medios, que se alaba su caridad y nobleza, en fin, el que es ejemplo de lo bueno, jamás en sus manos encontrarán un miligramo de cocaína, para eso tienen sus chuchos y sus mulas…» Eso fue en una reunión en Francia y el fiscal panameño me brindó una fotocopia del organigrama del grupo mas fuerte del narcotráfico en su país y que fue encontrada en un allanamiento, indicándome que el jefe de este cártel era de 46 años, colombiano y dueño se seis hoteles de cinco estrellas y numerosos inmuebles en diferentes países, donde lavaban el dinero y que jamás le habían podido probar nada de nada.
Guatemala anda en las mismas, con un Estado cada vez más débil en todas sus instituciones y una delincuencia cada vez más sanguinaria, con más recursos y mejor organizada. Ante este estado de cosas ¿cómo no va a existir en rápido crecimiento la impunidad? ¿Cómo no van a quedar libres delincuentes de todo tipo para hacernos víctimas de sus tropelías, si con amenazas o con dinero, los perversos disfrutan de la vida, en tanto los honrados tenemos que sufrirla, sin encontrar el MíNIMO APOYO DE NADIE, PORQUE MIENTRAS NO LE PASE A UNO O A UN FAMILIAR O AMIGO QUERIDO, TODOS NOS CONVERTIMOS EN MUROS DE PIEDRA Y CON EL AGRAVANTE QUE SI ALGUIEN DA MUERTE A UN DELINCUENTE EN DEFENSA DE SU VIDA LO SENTENCIAN A 40 Aí‘OS DE CíRCEL? Pendejo que soy, me pregunto: ¿para ser humano y que alguien me defienda, tengo que ser delincuente?