Utilitarismo, la norma suprema


Para el Utilitarismo la verdad y el bien no son entidades independientes. Ambas están determinadas por el criterio de utilidad. Lo útil es lo bueno y verdadero. Lo útil es el principio y norma de toda acción.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

Bajo el peso del Utilitarismo toda acción se orienta hacia el provecho personal, institucional o de grupo. Lo útil se convierte así­ en paradigma moral, aislado de cualquier otra consideración racional: antropológica, social, polí­tica o filosófica.

El Utilitarismo hunde sus raí­ces racionales en la Sofí­stica griega y en ideas y principios propuestos por Maquiavelo. Y, aunque no hubiera tenido formulaciones lingí¼í­sticas y filosóficas como las anteriores, el Utilitarismo se actualiza en el mundo siempre que colapsan o están a punto de colapsar los grandes paradigmas de pensamiento y siempre que entra en perí­odos de relajamiento cultural, entendido éste como dispersión del pensamiento y de los esfuerzos relacionados con su integración.

Lo mismo ocurre con los hombres en particular, pues en la medida que pierden de vista las ideas y principios morales más importantes y generales que ha generado el mundo civilizado, o que entra en perí­odos de ignorancia y rechazo (voluntario o involuntario, directo o indirecto) a la alta cultura (que siempre es universal) o que pierde el interés por la integración de la cultura, en esa misma medida da la vuelta hacia su refugio primitivo que es el Utilitarismo.

El Utilitarismo es el sí­ntoma de la decadencia; el principio del caos, porque lleva implí­cita la idea de lo relativo. Sus consecuencias las vemos en todos los órdenes de la cultura: en la educación, en los programas de los partidos polí­ticos, en los sindicatos, en las asociaciones gremiales, en los programas de dirección de las instituciones, en los planes de gobierno, y hasta en los proyectos de vida (si es que se los proponen) de cada individuo.

Las consecuencias son muchas, pero veamos al menos dos que resultan de las más importantes: la escuela por lo general premia únicamente resultados, pocas veces procedimientos y casi nunca el esfuerzo personal. Los objetivos y contenidos de los programas de estudio se orientan hacia lo práctico y hacia la inmediatez, cuya motivación casi siempre está determinada por la capacitación de la mano de obra semicalificada y no por la formación integral de los educandos. Esto se ve en todos los niveles. Otra consecuencia la podemos ver muy bien en los dí­as que corren. Los partidos polí­ticos, con el cinismo que les caracteriza, echan mano de todo cuanto recurso les pueda ser útil, aún cuando pueda ser ilí­cito. Por otra parte, los procedimientos de organización a su interior, nada tienen de democráticos porque violan sus propios reglamentos a favor de los intereses personales de quienes se creen dueños de los mismos. Lo mismo podemos decir de los sindicatos y otras entidades sociales y polí­ticas.

Efectivamente, asumir el Utilitarismo es práctico y útil (valga la redundancia) si se tiene en la mira algún objetivo liviano a coto plazo, pero no se puede pensar en el desarrollo de una nación o en la formación de seres humanos únicamente con la visión y aplicación del Utilitarismo.