Tozudos


¿Ha escuchado usted hablar a algún fanático del neoliberalismo? ¿Encuentra usted alguna diferencia, en cuanto a forma, cuando oye el discurso contrario, es decir de algún izquierdista que todaví­a grita «hasta la victoria siempre»? No, no hay ninguna diferencia. Los dos son actores polí­ticos que cansan, hacen bostezar y aburren porque presentan un discurso cuyo final muchos ya conocemos. Sólo basta que digan un par de cosas para saber por dónde van y qué quieren.

Eduardo Blandón

Vivimos en el paí­s de la tenacidad. Aquí­ los discursos y las posiciones son sempiternos, no cambian, la permanencia es la ley y el inmovilismo intelectual es principio de vida. Mil años después no se asombre si los discursos continúan iguales aunque el mundo haya dado vueltas innumerables veces. Así­, no es difí­cil pronosticar que por un lado existirá una universidad que siga con su rollo del libre mercado, la desmonopolización y la reducción del Estado; mientras que por el otro se continúe hablando de materialismo histórico, clases sociales, burguesí­as y proletariado, conservando, por supuesto, el recuerdo vivo de Fidel Castro.

Sí­, eso se llama perseverancia. Vivimos en un paí­s de perseverantes y tenaces. Este es un mundo en el que es casi imposible llegar a acuerdos, es un diálogo en el que nadie quiere escuchar porque los principios no se negocian, son inamovibles y cualquiera puede señalar a alguien de traidor, vende patria, negligente o tonto. Ni los polí­ticos ni los académicos desean conversar porque cada uno es depositario de la verdad. Lo dijo Nietzsche, dicen algunos. No, dice otro, eso ya lo habí­a dicho Schopenhauer. ¿O fue Kant? Y así­ se revisa la historia de la filosofí­a para aferrarse de alguien que pueda dar soporte al argumento presentado.

No, este mundo no es ni de tenaces ni de perseverantes, es de testarudos. Aquí­ lo normal es tener el «coco» duro («testa» dura), cerrado, impenetrable. Da miedo abrir la mente porque lo pueden confundir a uno y es mejor vivir seguros y sin riesgos. Por eso nada mejor que aprender el catecismo de memoria, y no me refiero exclusivamente al de la Iglesia, sino a cualquier tipo de doctrina. Nada mejor para la paz del espí­ritu que recitar a Hayek, von Mises, Marx o en su defecto un poco de Lenin. Mil años después seguiremos polarizados y con programas de radio «testarudos» como los que se escuchan hoy.

Ante tanta obstinación quizá urja poner de moda la «compasión» y la «concordia». La compasión es la virtud que nos permite «padecer con» (con-pasión), es decir, ponerse en el lugar del otro para entenderlo, sentir lo que él siente para ayudarlo. Y la concordia es la idea de «experimentar las cosas con el corazón» (con-corazón). Dejar los discursos y dar espacio al sentimiento (sin renunciar a la razón), tratar de aproximarse al que sufre e intentar escucharlo.

Si es inevitable ser terco y testarudo (por ser caracterí­sticas propias de nuestro código genético) hay que serlo en el deseo de entender a los demás y aliviar los problemas de Guatemala. Hay que reorientar las cosas y con suerte hasta lleguemos a ser virtuosos.