Le manifesté a Rigoberta Menchú, en ese entonces, que debería ser diputada si efectivamente deseaba continuar su militancia política, iniciada a sus 19 años en el Comité de Unidad Campesina, CUC, y proseguida en sus diferentes actividades políticas previas a ser propuesta por los diferentes sectores especialmente europeos, como candidata al Premio Nobel de la Paz, que se le otorgara en 1992.
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Le indiqué que mi partido no tendría ninguna objeción en proponerla como cabeza de listado en el distrito electoral que ella considerara más conveniente y así lograr su preparación y desarrollo en política democrática, en nuestro país. Una vez electa ella podría renunciar, desligarse, adquirir experiencia política parlamentaria de forma autónoma, prepararse para continuar su evolución en política nacional. Testigo de esa propuesta fue el Nuncio Apostólico acreditado en Guatemala en esa época.
La propuesta hecha fue tema mencionado en la prensa, en su momento, incluso al citar al Nuncio como testigo, me causó alguna fricción con él, aspecto que ambos recordamos amigablemente la última vez que nos encontramos en la toma de posesión del Presidente de China en la ciudad de Taiwán. Qué importante sería para Rigoberta tener ya la vivencia de diputada.
Me he referido a mis compañeros multiétnicos, a mis docentes mujeres, a mis compañeros diputados de partido, a la elección de la primera mujer Presidenta del Congreso y después a Rigoberta Menchú, es para dejar clara mi formación de persona sin discriminación por razones de raza, sexo o religión.
Rigoberta Menchú es una mujer que ha sobresalido más a nivel internacional que a nivel nacional, ha dado muestras de ser una buena autodidacta, ha participado con Elizabeth Burgos en publicar su autobiografía, es una buena empresaria farmacéutica. El gobierno actual la nombra Embajadora de Buena Voluntad, sin sede.
El prestigio que conlleva el Premio Nobel de la Paz, ha hecho que se le otorguen «doctorados honoris causa» pero la experiencia político democrática no se aprende en universidades o en los libros. Es la práctica la que hace al político, es la vivencia de ser parte militante de un partido y el participar democráticamente como representante del pueblo como diputado, el convivir día a día en el Congreso con la prensa.
La diferencia de vivencias y experiencias entre quien ha sido miembro del Congreso de la República y quien no lo ha sido, es incuestionable y evidente. Eso le manifesté a Jorge Briz, Mario Fuentes Destarac y Alfredo Skinner Klee cuando los tres se acercaron proponiéndole al FRG se considerara a Briz -de un salto- como candidato presidencial. También fue mi opinión a Otto Pérez Molina, en un desayuno en mi residencia, quien expresamente vino de Washington a reunirse y tratar el tema de su participación política con nosotros.
En una democracia, el Congreso es la mejor vivencia política, por ello es que los países más avanzados gozan de un gobierno parlamentario, hecho que también evita la concentración del poder que se da en el sistema presidencial.
En el Parlamento se vive siempre en el ojo público, actualmente las sesiones se transmiten en directo, allí se forja al político, se evalúan sus intervenciones, sus reacciones. Es todo en vivo y en directo, permite a todo ciudadano y a la prensa ver si alguien tiene o no «cepa» de gobernante.