Siempre unidos a diez años de distancia


Marí­a del Mar

Siempre unidos a diez años de distancia por la fuerza del amor, por la poderosa fuerza de la poesí­a. Y no habrá un solo siglo que empolve los cordones sedosos de nuestros esponsales, vivos y relucientes en tus lí­ricos sonetos, en tu prosa rosa de las Urnas del Tiempo. Urnas en las que escribió nuestro encuentro en trozos desbordantes de pasión: «Historia de las Sandalias Doradas», láminas publicadas en el diario El Imparcial por el genial enamorado León Aguilera. Su voz retumbaba en la lí­rica diamantina del alma. En la primera entrega dice: «Asumimos el sol como una enorme guinda en la copa gris húmeda del atardecer…» «Ya lo veis espí­ritu. Tu buscas a psique. ¡Cuántos nos han equivocado como los enamorados del amor! Mas cuando sobreviene la mujer, espí­ritu, pasión, la mujer lí­rica, estamos perdidos. Si nuestra nave iba a la playa que creí­a segura enfrente, es envuelta en un torbellino de vientos purpurinos y se pone a girar, encuentra que su proa se encamina a otro puerto transfigurado en oros desconocidos». «Y esta es la historia, espí­ritu, de lo que empezó cierta tarde de sol rojo y calor sofocante. Cuando la 9ª. calle era una calle como otras veces, llena de tránsito, de tráfico, de tiendas abiertas, de trampas luminosas de vitrinas para el comprador. Como siempre los ojos abiertos hacia la mujer: tanta guapas hay, tantas de musical andar, tantas de ritmos ondeantes, tantas de ojos grandes y negros, tantas como harina dorada en la piel y tantas morenas como Andalucí­a. En fin… vemos, quizá las admiramos í­ntimamente y eso es todo. Es el film diario, en que una mujer maravillosa nos obsesiona. ¿Más dónde la maravilla?» «queremos fijar cómo empezó este idilio fuera de toda comprensión y todo itinerario fijo. Seguí­amos otro… Pero… unas sandalias doradas iban pasando por la acera. Esas sandalias sobresalí­an entre el ritmo de zapatillas de todos colores de las damas. Fijamos la atención al brillo de esas sandalias. Seguimos el contorno de unas piernas esbeltas, al ondear de una falta rojiza con adornos morados, nos recordamos bien, con gotas de oro. Luego abarcamos una cintura delgada, unos brazos hermosos. Y luego un rostro hermoso y delicado, unos ojos que miran como a una no alcanzaba meta de luz. Guapa pensamos. Interesante, admitimos. Por dos cuadradas coincidió el camino y la mirábamos. No nos advirtió, no devolvió una sola mirada. No creí­mos que esto pasarí­a a más. No la volverí­amos a ver. Quizá era una transeúnte. Iba con su madre muy solicita. Entraron en una tienda. Proseguimos la ruta pensando en cómo en la puerta del almacén se habí­an entrado las sandalias doradas. Y el pensamiento se doró y no sé qué subconsciente doraba una pasión dormida como un pan. Y el pensamiento se tornó un ritmo de sandalias doradas».En las siguientes Urnas León Aguilera, el provista sublime contó poéticamente nuestro milagroso encuentro abrazado por la estrella que dicta y escribe el destino que selló nuestras vidas para siempre y en este binomio no existe la vida ni la muerte, no existe la presencia ni la ausencia, no existe el recuerdo ni el olvido. Sólo somos uno en la esencia de un todo que florece sin tiempo en los lirios azules del cantar de su palabra derramada en varios libros que vuelan como pájaros por el mundo y muchos más inéditos que vienen a mis manos en el silencio del crepúsculo, cuando empieza a brillar el véspero, diamante del atardecer y me dicen tantas cosas nuevas, porque descubro en las hebras de luz de tu magnetismo poético un tenue lila que llena mi alma con la esencia exquisita y rumorosa de su asombrosa obra literaria. Heme aquí­ ahora a diez años de tu vuelo sin retorno, pero yo sé que tú estás aquí­ presente, a mi lado y tu amor y su nombre reverdecen en cada palabra suya, en cada poesí­a. Solamente han sido diez minutos, diez segundos los que han pasado en el fluir del tiempo. Mientras tanto tu figura se yergue inmortal.