Desde hace 45 años Estados Unidos dispuso el bloqueo económico de Cuba. Al principio, se recurrió al ambiguo lenguaje diplomático para calificar el acoso como una «cuarentena».
En todo ese tiempo, la isla fue obligada a sufrir grandes limitaciones y permanecer doblemente aislada en un mundo cada vez más interdependiente. Las carestías han provocado la desesperación de cierta gente, pero en muchos reafirmó el espíritu de resistencia y de consolidación de un proyecto social propio.
Washington decidió las restricciones luego que Cuba anunció su adhesión a la Unión Soviética, en plena confrontación gélida entre las superpotencias. En la actualidad se mantiene el intento de asfixia, con el argumento de imponer una democracia liberal en un país que optó por el socialismo. El ahogo ha obligado al régimen cubano a establecer acuerdos bilaterales con otras economías para suplir carencias, satisfacer necesidades básicas y desarrollar áreas críticas de crecimiento como la turística, científica y cultural. Esto provocó que en Estados Unidos, los sectores que otrora respaldaron las sanciones, sobre todo el exilio cubano en Miami, cambiaron de opinión.
Las voces que predominan piden que las sanciones se levanten o alivien, lo que abriría oportunidades para restablecer importantes flujos de intercambio.
En esta reconsideración predomina el pragmatismo, más que las convicciones ideológicas. El comunismo dejó de ser el dolor de cabeza de la política exterior anglosajona, mientras otros alimentan esperanzas o inquietudes ante los quebrantos de salud del comandante Fidel Castro.
El dilema es encontrar una salida al prolongado cerco tendido en torno de Cuba sin provocar un brusco desequilibrio en su economía.
El bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba perdió significado geopolítico y es cuestionado tanto por los cubanos como por la opinión pública norteamericana.