siempre hemos dicho que la democracia -pero la democracia genuina, la verdadera democracia- es, al menos hasta hoy, el único sistema político que indiscutiblemente prodiga bondades a los seres humanos en general, sin discriminación alguna.
El Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española define así el concepto «democracia»: Régimen político en que el pueblo ejerce la soberanía. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Tendencia a mejorar la condición del pueblo. Conjunto de los demócratas de un país. País gobernado en régimen democrático.
Muchos guatemaltecos, quizá por las farsas de los políticos o politiqueros y politiquientos que se han hecho del poder público tras haber cantado gloria en «alegres» elecciones, sienten cierta «alergia» o aversión al sistema democrático, y todo porque los farsantes lo han presentado con varios rostros y porque los famosos derechos humanos son un estira y encoge, por lo regular para favorecer a los malhechores.
En el primer gobierno de la revolución de 1944, el doctor Juan José Arévalo sí le dio una imagen amable a la democracia, con expresión de muchas de sus bondades, y eso no lo olvida el pueblo, salvo los obcecados que se oponen, aun, a que los siga su propia sombra…
Entre los preciados atributos de la democracia está uno, que puede ser el más importante y más digno de los pueblos: la libertad.
La libertad, valga decir, es bien relativa aquí y en todos los demás patios del mundo.
Los «ombres sin h» que cabalgan en las oprobiosas dictaduras individuales y colectivas odian la libertad; llenan de opositores reales o supuestos sus dantescas prisiones; recurren al salvajismo de las torturas y a los macabros espectáculos del paredón, imponen así el silencio sepulcral a los pueblos, acallan las voces de la prensa y, en fin, gobiernan atrabiliariamente, despóticamente, como sobre promontorios de cadáveres.
En todos los tiempos ha habido fieros dictadores de derecha y de izquierda, quienes han reducido a la impotencia a los pueblos mediante la fuerza bruta. Habrán podido imponerse, en sus reinados de terror totalitario, mas no ahogar los ideales libertarios de las sociedades oprimidas.
Es oportuno reproducir aquí algunas ráfagas del esclarecido pensamiento de personajes célebres a propósito de la libertad: -De la tiranía nace regularmente el gobierno libre, así como del abuso de la libertad nace siempre el despotismo (Maquiavelo); -El amor a la libertad hace a los hombres indomables y a las naciones invencibles (Franklin); -No admitas dádivas si no quieres encadenar tus acciones (Solón): -!Oh libertad, qué crímenes se cometen en tu nombre! (Madame Roland).
En Guatemala vivimos comprobando, por ejemplo, que los partidarios de regímenes dictatoriales de todo tipo se aprovechan de la libertad para alabar la mercancía de los santones liberticidas y para despotricar que da horror, con derroche de cinismo y ebrios de demagogia, contra la democracia que, mal que bien, se expresa en este y en otros patios del hemisferio occidental.
En realidad, uno de los peores enemigos de la democracia es la libertad que tienen los corifeos de los liberticidas entronizados que ya todos conocemos, en cuyos dominios son incapaces sus defensores oficiosos «a distancia» de contrariar en lo más mínimo a esos sayones que parecen andar a caza de los hombres prendados del sistema democrático, hermoso árbol bajo el cual los humanos de las diversas latitudes claman y luchan por el imperio de la libertad y demás atributos que dignifican a los humanos sin distingos de ninguna especie, a diferencia de lo que ocurre en el imperio de las dictaduras individuales y colectivas brutalmente tiranizadas.