Si tuviéramos un poquito de dignidad, más bien si el Gobierno la tuviera y amara al país, como dicen los entusiastas de Guateímala, no permitiríamos que los representantes de otros gobiernos (como lo hizo el presidente Saca de El Salvador en su momento) nos critiquen, duden de nosotros e insinúen que somos un país prehistórico, primitivo e indigno de visitarse. Debíamos habernos sentido molestos por señalamientos tan duros y haber respondido con elegancia, pero con firmeza por tales actitudes ofensivas.
Sin embargo reaccionamos como buenos cristianos: ofrecimos la otra mejía y callamos. Dejamos que nos atropellaran y como buenos religiosos aceptamos nuestra culpa. La pena por el mal cometido nos hizo sentirnos cucarachas (como clásicamente se siente el pecador) y así el dedo que nos señalaba nos intimidó quedando sólo por parte nuestra la esperanza del perdón y la misericordia divina.
Que tontería, ¿quién nos habrá enseñado semejante forma de conducir nuestras vidas? Los humanos debemos actuar con dignidad y exigir respeto y justicia en las relaciones interpersonales. Claro que esto no quita que alguien, en el plano particular, si quiere, se humille ante los demás, ofrezca la otra mejía y deje voluntariamente que se aprovechen de él. El representante de una nación, sin embargo, no puede darse ese lujo, aunque en su corazoncito se sienta cristiano, masón o uno de los ciento cuarenta y cuatro mil escogidos. Lo de manso, menso y humilde de corazón debe dejarlo para sus relaciones privadas los fines de semana. Por el requerimiento de su cargo, por el contrario, debe actuar con carácter y conducirse con decoro.
«Es que el Presidente fue diplomático en su momento y, la verdad, es que tuvo que aceptar lo que todos sabemos: que el sistema es una vergí¼enza», dicen algunos. La diplomacia está bien, pero debió reaccionar con un poco más de gallardía (siempre pienso en el caso de la muerte de los diputados salvadoreños y la reacción de Saca), ofrecer una disculpa sincera y decirle que no tiene que rasgarse las vestiduras porque el problema de la violencia, el tráfico de drogas y la corrupción de las instituciones públicas es una dificultad de antología que afecta a todos los países («el tuyo incluido», le hubiera respondido). Pero hasta aquí sólo sabemos que nuestro gobierno calló.
No digo que se tenga que reaccionar a lo Chávez respondiendo con majadería como cualquier pendenciero callejero, sino con mesura, educación y diplomacia, pero con firmeza. Actuar así hace bien no sólo al gobierno, sino a sus propios ciudadanos que pueden aprender a conducirse bien en lo privado. Quizá así ya no nos quedaríamos callados cuando alguien nos ofende, reaccionaríamos, habláramos y hasta, de repente, algún día nos llegaríamos a entender. Pero eso de quedarse en silencio murmurando la injusticia recibida y la humillación no hace sino enfermarnos a lo lejos, volvernos hipócritas y muy violentos porque al final nos vengamos.
El caso de los diputados salvadoreños y la reacción de Saca quizá ya sean cosas del pasado, pero esto nos puede servir de lección para el futuro. En la medida de lo posible, no se debe permitir que otros países y gobiernos hagan o digan lo que les dé la gana de Guatemala, quizá aquí sí valga la hipersensibilidad. ¿No empezará aquí eso de amar a Guatemala, como insisten tanto los de Guateímala?