En Guatemala no se elige; se vota. La experiencia más reciente lo confirma y, más concretamente, de 1985 para acá.
A partir de la intervención norteamericana y la renuncia del presidente Jacobo Arbenz Guzmán (27 de junio de 1954), la alternabilidad gubernamental se ha dado mediante la instauración ?entre el 28 de junio y el 1 de septiembre de 1954? de cuatro juntas militares de gobierno; un presidente electo mediante plebiscito (1 de septiembre de 1954 a 26 de julio de 1957), un gobernante provisorio (26 de julio a 24 de octubre de 1957), un presidente designado (26 de octubre de 1957 a 2 de marzo de 1958), y dos presidentes electos: uno, militar (2 de marzo de 1958 a 30 de marzo de 1963), y un civil (1 de julio de 1966 a 1 de julio de 1970) y que para asegurar que se le entregara el gobierno hubo de pactar con el ala más reaccionaria y anticomunista del Ejército que lo ató a la política contrainsurgente y terrorista de Estado impuesta a partir del 2 de abril de 1963.
Los golpes militares de Estado (24 de octubre de 1957, 30 de marzo de 1963, 23 de marzo de 1982, y 8 de agosto de 1983), ha sido otra forma de administrar la crisis institucional por la fuerza y, a su vez, manifestación de la agravada y aguda crisis institucional y gubernamental. Lo son, también, las votaciones fraudulentas mediante las que se impuso a tres generales como presidentes de la República (1970, 1974, 1978).
La denominada apertura política es la más grande de las falacias de la democracia representativa en el país; es un proceso formal e institucionalmente fracasado y que en 22 años de estarse ritualmente practicando expresa y es causa, a la vez, de la crisis de gobernabilidad y el agotamiento del sistema político, electoral y de partidos.
Una de las características que más sobresale en estos últimos 22 años, es que no hay continuidad en el ejercicio de la gestión pública y el votante castiga severamente al presidente por el que talvez votó cuando era candidato. Ello constituye, además, la manifiesta desaprobación y expreso rechazo al partido que lo propuso o conjunto de fuerzas que lo apoyó.
La Democracia Cristiana Guatemalteca (DCG), el Movimiento de Acción Solidaria (MAS), el Partido de Avanzada Nacional (PAN), y el Frente Republicano Guatemalteco (FRG), han cargado con los elevados costos de las gestiones gubernamentales de Vinicio Cerezo Arévalo, Jorge Serrano Elías, ílvaro Arzú Irigoyen, y Alfonso Portillo Cabrera, respectivamente, sin estar exentos de responsabilidad por ello.
A lo que queda de lo que fuera la Gran Alianza Nacional (Gana), los votantes que asistirán a las urnas en septiembre, castigarán severamente la gestión de quien pasará a la historia como uno más de los peores presidentes que han gobernado a Guatemala.
En el todavía no definitivo cuadro de votación para este año, hasta el día de hoy, nada está definido; todo puede cambiar. Para algunos, en unos casos, abruptamente. Lo que parecen ser ventajas, se le convertirán en flancos vulnerables. Las desventajas en que está el resto de los precandidatos presidenciales, no se le convertirán en ventajas significativas; su tendencia será a un desgaste cada vez mayor. La rebatiña se dará, a lo más, entre cuatro de las fuerzas «contendientes» y quizás, dos de ellas dejen de estar entre las que puntean, como se insiste en presentarlas en algunos medios de comunicación. Otras, ocuparán sus lugares.
En el cuadro de la correlación de fuerzas, el espacio mayor lo tiene la derecha y los poderosos intereses económicos y financieros, así como el centro que ?por su naturaleza y carácter?, al decidir sobre lo fundamental, no se diferencia en nada de la derecha tradicional y dominante. En unos casos reducidamente y, en otros, engañosamente favorecido, está el centro izquierda. Un cuadro muy diferente muestra la posición que cree tener el ciudadano al momento de votar. Un alto porcentaje de la población dice ser apolítica y a esa mayoría hay que agregar los indecisos, los que no van a votar o van a votar en blanco o anularán su papeleta. En cuanto a la izquierda, es poquísimo o casi nulo el espacio que se le asigna.
Y es que una de las expresiones de la izquierda guatemalteca institucionalizada parece haber caído en el engaño de creer que «si quiere progresar y ser aceptada, tiene que parecerse a la chilena o a la europea». Esta es una de las «bien» intencionadas «recomendaciones» que en relación a la izquierda mexicana hace el analista Luis Linares Zapata en un artículo publicado en LaJornada.
Todo parece indicar que esto es lo que viene sucediendo o ya se asumió en URNG.
En consecuencia, lo que procede es una redefinición ideológica y política, real y verdaderamente revolucionaria, democrática y progresista, incluyente; implementar audaces y adecuadas formas y métodos de lucha, trabajo y dirección, educación y concientización propias de un movimiento político y social organizado en condiciones y decisión de influir, organizar, unir y movilizar a las fuerzas y sectores populares a favor de las transformaciones estructurales, radicales y de fondo, que Guatemala necesita, a partir de la toma del poder político, de acuerdo a las condiciones concretas y específicas del país y la correlación favorable de fuerzas en el Continente y el Caribe.