la mirada escrutadora del mundo puede estar fija en Guatemala por motivo de la sucesión de acontecimientos positivos y negativos, trascendentales, que ocupan espacios en los medios de comunicación influyentes en la opinión pública nacional e internacional.
Uno de esos acontecimientos lo ha constituido la visita que hizo a este alborotado jirón del istmo centroamericano el presidente de los Estados Unidos de América, George W. Bush.
Fueron cinco los países latinoamericanos que comprendió la gira del gobernante norteamericano: Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México. En cada uno de los Estados, «mister» Bush sostuvo importantes entrevistas con los personajes que empuñan riendas de poder, quienes le hicieron los planteamientos de interés nacional, y el distinguido visitante lo escuchó, según se ha dicho, con ánimo de atenderlos con oportunidad en todo lo que le es posible conforme a sus facultades.
Hay asuntos que no fácilmente pueden ser resueltos; por ejemplo, el caso de los migrantes, porque deben ser sometidos a la consideración del Congreso y del Senado estadounidense.
El grueso de la población guatemalteca recibió de buen grado la presencia del hombre que se encuentra al timón del país más poderoso del planeta, no así algunos manipulados grupos sociales, incluidos los incorregibles bochincheros de todos los tiempos.
Nuestro país, cabe hacer notar, afronta una situación de anarquía galopante. Priva una cultura de violencia en algunos grupos caracterizados por la politiquería demagógica que son proclives al socialismo a la soviética; en el sindicalismo que casi por lo general acosa sistemáticamente -y como por mero prurito de causar problemas al sector empresarial privado-, en vez de contribuir a la prosperidad de los entes que son importantes fuentes de trabajo; entre estudiantes universitarios que, en lugar de abrevar con verdadera sed en los manantiales del saber -las aulas-, transitan en tortuosos y peligrosos caminos eclipsándose y defraudando a sus progenitores en las esperanzas de superación que han cifrado en ellos. En fin, son varios los segmentos de la sociedad que participan en los relajos haciendo gala de mala educación, de irrespeto, de una cultura de anarquistas.
En esta hora de la humanidad hay violencia que da horror en muchas partes. El terrorismo se enseñorea tanto en los países desarrollados o superdesarrollados como en los que no han dejado en desuso los caites del subdesarrollo.
Las protestas callejeras contra la presencia de Bush no deben entrañar a nadie. Siempre que nos han visitado algunos gobernantes de la Casa Blanca ha habido rachas de malacrianza. Richard Nixon -para no extendernos en cuanto a citas- cuando visitó nuestro país también fue de rechiflas de conocidos revoltosos, y lo mismo ha ocurrido en otros patios del continente americano, pero las mayorías de población, lejos de protestar, sin volcarse en las calles, han sabido premiar con justo reconocimiento el hecho de que nos honren en su presencia los estadistas de la democracia norteamericana.
En realidad, guatemaltecos de los diversos estratos sociales: pobres y ricos, no masificados ni «contagiados» por los anarquistas y relajeros de todo pelaje, recibieron de buen grado, como con aplauso, al presidente Bush, a quien se vio en la televisión platicando con gente del pueblo: campesinos, indígenas, pequeños empresarios, expresando amor por la niñez y escuchando los asuntos que plantearon hombres y mujeres que coadyuvaron con ímprobo esfuerzo en el campo de las actividades edificantes de la patria.
Es deseable que la visita del Presidente de la gran nación del norte haya dejado o haya de dejar saldos saludables, beneficiosos para Guatemala y los guatemaltecos. Eso es lo que esperamos y necesitamos.