De las Semanas Santas de mi infancia guardo imborrables recuerdos. No puedo olvidar que por varios años fui a ver la procesión de La Merced tomado de la mano de mi devota abuelita. Entre la multitud de aquel tiempo, me entretenía viendo pasar las interminables filas de cucuruchos, los chirices de mi edad con sus incensarios humeantes y los matraqueros encargados de marcar el paso lento de la pesada anda.
Un día antes, el Jueves Santo, la abuelita me llevaba al Parque Central después de haber visto a Jesús de Candelaria. Tengo presente, como si fuera hoy, que me engolosinaba viendo los apetitosos franceses preparados con sardina o macarela y talvez era así porque no podíamos comprarlos. Me sentía contento, aunque inconforme, con saborear uno con encurtido.
La Semana Mayor terminaba, para mí, el domingo cuando muy de madrugada acompañaba a mi mamá a ver a Jesús de la Resurrección de El Calvario.
Fue después de esos ya lejanos años que fui en búsqueda de respuestas y afirmaciones que hicieran sentirme más seguro de lo que tenía que hacer. Empecé a adentrarme en el misterio y significado de la vida, pasión y muerte del hijo de José y María. Leí Los Evangelios según San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, en ese orden. En mi cabeza retumbaban dudas y cuestionamientos.
Algo empezó a aclarárseme cuando me avoqué a la lectura de los Hechos de los Apóstoles y las cartas de San Pablo, Santiago, San Pedro, San Juan y San Judas.
Lo que encontré en las novelas de Kazantzaki y en El hombre en la isla de D. H. Lawrence, me hizo entender que la contradicción entre lo divino y lo humano lo resuelve Jesús mismo en el monte de los Olivos y al expirar en la cruz convencido de haber luchado por la redención de los oprimidos y subyugados y señalar el camino para alcanzar la libertad a través de la verdad. La verdad, dijo, os hará libres.
Los años pasan y no pasan en vano. En estos días, los cuestionamientos e interrogantes en aquel tiempo en tránsito de resolverse, es necesario replantearlos cuantas veces sea necesario y agregar los que vayan surgiendo. Por ello, creo oportuno traer a cuenta lo siguiente.
En fecha reciente, mi compañera Ana María me decía que no sabía cuánto tiempo más nos podía quedar para seguir compartiendo juntos la vida que hemos llevado hasta ahora. Aunque también yo lo he pensado muchas veces, nunca se lo quise plantear como ella lo hizo. Antes de responderle, se me agolparon en la memoria recuerdos entrañables y hermosos, junto a no pocos momentos de lo más dolorosos que nos golpearon y sufrimos por igual.
Ante lo que ella acababa de decirme, tenía dos opciones. Una, callarme y verla a los ojos para que advirtiera mi perturbación; y, la otra, decirle lo que no resultó siendo lo primero que se me ocurrió sino lo que en realidad pienso y siento. Le dije que con un día más que pasáramos juntos y bien, ya era y sería suficiente.
La felicidad acumulada y las duras y difíciles pruebas compartidas, no son algo de un pasado que se fue. Se prolongan en el tiempo y como tal nos han hecho más llevaderos los días que comenzaron a partir del momento de la firma de la Paz Firme y Duradera.
Antes del 29 de diciembre de 1996, para nosotros la precaución y prudencia, la discreción y audacia, el pasar inadvertidos y saberse mover y perder entre la multitud era lo cotidiano, para decirlo de algún modo. Como quiera que sea y aunque ahora cabe reconocer que no se está como se estaba entonces y haya muchos y graves problemas no resueltos que enturbian y ensombrecen el horizonte, presagian, a la vez, un nuevo amanecer.
En tales condiciones, no hay que perder de vista lo que escribió Sun-Tzu, 500 años antes de Jesucristo: «Si en medio de las dificultades siempre estamos listos para atrapar una ventaja, podremos vencer a la adversidad mediante una combinación de desventajas».
En días como estos, vale la pena también tener presente, muy presente, lo que en su segunda carta a los Corintios escribió San Pablo: «?aunque llenos de problemas, decía, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones, pero no nos desesperamos?, no nos desanimamos? Nos renovamos día a día. Por eso tenemos confianza siempre».
Volver a los libros en que se ha ido encontrando respuestas al desafío de vivir y luchar, es tan necesario como reconfortante.
Lo que ha estado aconteciendo últimamente en el país, obliga a reflexionar acerca de cómo contribuir a definir el qué hacer de aquí al 2011 para ?como lo proclamó la III Cumbre Continental de Pueblos y Nacionalidades Indígenas? pasar de la resistencia a la toma del poder.
Proceder de otro modo, supone cierta dosis de voluntarismo, postrarse ante la espontaneidad y no advertir los riesgos y verdaderos y reales propósitos de quienes se han propuesto interceptar los cambios de fondo que se necesitan a fin de refundar el país, la Nación, la República, el Estado y sus instituciones.
Para no equivocarse táctica y estratégicamente, hay que reestudiar y aplicar creadoramente El 18 Brumario de Marx y el Qué hacer de Lenin, así como tener en cuenta, crítica y autocríticamente, la experiencia revolucionaria acumulada a lo largo de tantos años de lucha y la nueva realidad que está aceleradamente configurándose en nuestro Continente.