La argumentación y el debate,


El camino hacia la perfección de la democracia es siempre tortuoso. Las dificultades se presentan en cada paso que se avanza y los riesgos o peligros de anclarse o retroceder son siempre los mayores. En ese avance hacia su perfección, por cierto nunca acabada, los instrumentos o herramientas fundamentales son la intuición y la razón que, a través de la argumentación, pueden ser capaces de persuadir y, por ende, de guiar a los conglomerados humanos hacia la asimilación de posturas estratégicas y hacia la ejecución de prácticas polí­ticas responsables y significativas en ese camino de perfectibilidad que nos exige la vida democrática.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

La práctica de la argumentación como eje principal del debate polí­tico es responsabilidad directa de los partidos. Son ellos y no como se ha creí­do, los medios de comunicación, quienes deben convocar, ejecutar y promover su práctica. En segundo lugar, en cuanto a responsabilidad, están las instituciones que se encargan directamente del análisis de nuestra realidad: universidades, academias, colegios, asociaciones, institutos, etc. Los medios de comunicación deben abrirse hacia las instancias que promueven el debate y mantenerse, a toda costa o, al menos en la medida de lo posible, imparciales. Cosa dificilí­sima en nuestro medio, aunque no imposible. Los medios de comunicación le prestarí­an un invaluable servicio a la patria si pudieran donar parte de su valioso tiempo a la difusión de los debates polí­ticos. Pero creo que ese nivel de conciencia y responsabilidad aún no llega a los dueños de buena parte de esos medios, quienes históricamente sólo se han manifestado interesados en el lucro y en el beneficio que las ganancias de la propaganda puedan dejarles, especialmente en época electoral.

A través del debate podemos percibir cómo y qué piensan los dirigentes polí­ticos. Si su argumentación es sólida y si se ampara en premisas válidas o si sus conclusiones son o no atingentes. Pero claro, en la situación actual de analfabetismo, de escasa cultura y de una educación deficiente en todos los niveles, los politiqueros sólo recurren a la persuasión a través del eslogan, de la vociferación, de la demagogia y de la desacreditación del contrincante y del partido de turno en el poder. Hace falta mucho camino por recorrer a nuestra democracia para exigir a los candidatos a puestos públicos, claridad de ideas, de conceptos, de categorí­as y de argumentos o razonamientos. Nuestros candidatos son tan analfabetos como la población a la que desean dirigir, o tan cí­nicos que se aprovechan de la condición cándida e ingenua de la mayorí­a de votantes para tomarlos como medio y no como fin de sus luchas polí­ticas.

Lo menos que se promueve al interior de los partidos polí­ticos es el debate de ideas. El ejercicio de la argumentación es nulo, porque los partidos son, hacia sí­ mismos, autoritarios, basados en figuras y caudillos. Lo que dice el caudillo es la suma verdad. El caudillo es el argumento mismo del partido, su único y más vivo argumento. Los partidos son tales sólo legalmente, porque formal y moralmente no lo son. La democracia se nutre y se fortalece de las contradicciones que se superan a través de la argumentación y del debate, nunca del autoritarismo individual o de grupo. La democracia es capacidad de diálogo, fuerte si se quiere, pero responsable y de cara al pueblo que, en última instancia, siempre es quien recibe directamente las consecuencias de la práctica polí­tica cuyo antecedente siempre es la idea, la razón, la argumentación y el debate polí­tico.

Donde no ha habido voz en forma de diálogo, sólo monólogo en forma autoritaria, la historia lo revela, la democracia se estanca y, a poco, también retrocede.