Ayer, se cumplieron 25 años del inicio del operativo militar destinado a recuperar por la fuerza las Islas Malvinas, ocupadas sin derecho alguno por Gran Bretaña desde 1833. El 2 de abril de 1982, el gobierno de facto instalado en 1976, presidido por el general Leopoldo Galtieri, adoptó la decisión de involucrarse en una guerra para la cual no estaban preparados los argentinos.
La soberanía en las Islas Malvinas es el tema de política internacional que más emociones y sentimientos despiertan en el país austral, en donde no es letra muerta la Constitución, la cual obliga al Gobierno argentino a «reclamar por la soberanía de las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y espacios marítimos circundantes junto con la disposición a negociar, teniendo en cuenta los intereses de los isleños, como único modo de resolver la disputa reconocida por la comunidad internacional». Ese mandato es una acción de política exterior argentina con rango constitucional.
Las Malvinas es una discusión bilateral entre dos países, Argentina y el Reino Unido, y que los isleños serán tenidos en cuenta en función de sus «intereses» y no de sus «deseos». No es un debate entre tres partes, en la cual una de ellas ?los isleños? se arrogan el derecho de decidir sobre una controversia en la que indudablemente son un elemento significativo de la parte británica, pero no un tercer factor independiente.
La formulación de estas distinciones resulta crucial para retomar la discusión de la soberanía que siguen los procesos de negociación entre España y el Reino Unido por el Peñón de Gibraltar, y de Guatemala con los ingleses por una porción del territorio beliceño. Al contrario de lo que ocurre en nuestro país, los argentinos han fijado hitos que revirtieron errores y les permitió superar las dolorosas e innecesarias pérdidas sufridas durante la Guerra del Atlántico sur.
Los argentinos han trabajado inteligentemente para cumplir con su mandato constitucional, pero, no puede decirse lo mismo de quienes frustraron las legítimas reclamaciones guatemaltecas.
Ayer, los argentinos reafirmaron sus derechos sin que en Guatemala se dijera algo porque aquí no se sabe de un reclamo parecido pero que parece inútil. En cambio, el país sudamericano se ha reposicionado en el escenario internacional, en condiciones que permiten la subsistencia de un alegato justiciero, al que se sumará la previsibilidad de una república con una verdadera política internacional de Estado.
El tema de Belice dejó de ser una preocupación nacional. En contraste, los sectores de la vida argentina demuestran una predisposición para encontrar coincidencias y soluciones comunes. Mientras la aspiración por las Malvinas, la más cara del corazón argentino, mantiene unida a un pueblo, Guatemala continúa invertebrada, incoherente, desorientada y sin posibilidades de encontrar metas compartidas.