El sábado por la noche, al escuchar la lectura del Evangelio me puse a pensar lo que le hubiera ocurrido a la mujer adúltera si en vez de haber sido llevada ante Jesús por los fariseos de la época hubiera caído en manos de los fariseos de hoy, aquí y casi en cualquier lugar del mundo. Pienso que en el mundo moderno, los fariseos al escuchar a Jesús decirles que quien estuviera libre de pecado tirara la primera piedra, se hubieran despiporrado por lapidar a la pobre mujer y, de ajuste, hubieran dicho que habían hecho un bien a la sociedad porque habían «eliminado» a un ser pernicioso. Algo así como la llamada limpieza social que se viene practicando en nuestro medio con el beneplácito de tanta gente que gustosa lanzaría la primera y la última piedra.
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En los tiempos bíblicos, Jesús se puso a escribir sobre la tierra y cuando levantó la vista no encontró a ninguno de los que habían llevado ante sí a la mujer. Honestamente hablando no creo que en esta era moderna nuestro fariseísmo sea mejor que el de antaño y, por el contrario, siento que vivimos en un mundo que aunque presuma de ser más abierto y descarado, es mucho más hipócrita por lo que no le aseguraría las ganancias a la mujer adúltera del evangelio.
Vivimos en un mundo en el que hemos relativizado tanto el mal, para no hablar del pecado, que aun lo que señalamos como maldad en el prójimo lo vemos como algo normal y natural si lo hacemos nosotros o si lo hace alguno de nuestros allegados, amigos o parientes. Confieso que me tiene profundamente impresionado la actitud de mucha gente pensante, ilustrada y aparentemente civilizada, que se lamenta del revés que han sufrido los agentes de las fuerzas de seguridad luego del caso de los diputados del Parlamento Centroamericano porque ahora «no habrá quien quiera actuar contra los mareros y pandilleros», lo que equivale a decir que su pena es que será más difícil encontrar quién se haga cargo de la limpieza social.
Y me impresiona, además, la actitud de las autoridades que no quieren reconocer la existencia de ese vicio en el comportamiento de las fuerzas de seguridad, lo que hace que toda posibilidad de erradicarlo se esfume, porque he repetido hasta el verdadero cansancio que un problema cuya existencia no se reconoce no puede nunca ser resuelto.
Hoy Fernando Andrade Díaz Durán relata en una columna cómo a su propiedad en Atitlán llegó una misiva en la que abiertamente se les pedía a los dueños de chalés que aportaran dinero para financiar la limpieza social para eliminar a los delincuentes. Lo mismo ocurrió hace muchos años en Amatitlán, donde los dueños de chalés dieron su aporte (tirando la primera piedra pero escondiendo la mano) para eliminar a una banda de asaltantes. Y efectivamente, tras el pago se acabaron los asaltos lo que hizo que los «cooperantes» se sintieran bien de haber contribuido a resolver un problema de criminalidad.
Dichosa la mujer adúltera del Evangelio, no por haber sido adúltera, sino por haber vivido en tiempos en los que aun los fariseos tenían un mínimo de decencia y cuando se les confrontó con su propia debilidad humana se hicieron a un lado sin atreverse a lanzar las piedras que ya habían recogido para lapidar según la tradición a la mujer. En estos días, con tal de aparentar honestidad, las más verriondas del barrio hubieran sido las primeras en actuar porque así es como hemos ido prosperando, al punto de que el fariseo de hoy es mucho más fariseo que el de antaño.