En un ambiente en donde no existe la seguridad es imposible desarrollar apropiada o eficientemente cualquier otro aspecto de los que hacen a las obligaciones del Estado y a una buena gobernabilidad. Para que cualquier Estado o actor de un país pueda encarar las actividades que fomentan la «buena gobernabilidad», deberá necesariamente existir un estado mínimo de seguridad, que justamente permita el desarrollo de estas actividades. La falta de seguridad impide que el Estado proporcione los bienes públicos que de él se esperan o al menos que lo haga eficientemente, y por otro lado la falta de seguridad impide a los ciudadanos vivir en un clima que permita desarrollar normalmente el tipo de interacciones políticas y sociales que se constituyen en los pilares de una sana gobernabilidad democrática. De estos dos aspectos, entonces, se deriva claramente cuál es la importancia de un ambiente de seguridad para la gobernabilidad democrática.
Y así como para poder desarrollar la gobernabilidad se requiere de un marco seguro, también es cierto que para poder aplicar las medidas de seguridad tendientes a obtener dicho marco, se requiere de la fortaleza de las instituciones que conforman una sociedad, ya sean políticas, económicas, sociales o jurídicas. Esto quiere decir que para poder obtener un marco de seguridad es necesario antes que también haya gobernabilidad. De este modo las dos dimensiones se complementan.
En ausencia de condiciones de gobernabilidad democrática es muy probable que surjan numerosos conflictos al interior de los Estados y eso puede degenerar fácilmente en violencia que necesariamente afectará a la seguridad interna de los Estados y los ciudadanos. Al mismo tiempo, las situaciones de conflicto interno tienen muchas posibilidades de producir un efecto de derrame que salpicaría a países vecinos y aún otros que se hallan a mayor distancia, constituyéndose de este modo en una amenaza a la seguridad de la región.
(Continuará)