¿Qué nos pasa a los chapines?


Cuando veo que a los maestros les importa un pito que sus alumnos no reciban el diario pan del saber con tal de irse a manifestar, me acuerdo de aquella sabia sentencia que dice que «con el ejemplo es como mejor se educa» y pregunto, ¿quién serí­a el responsable de que algo malo les pudiera suceder durante el tiempo en que debieran estar cumpliendo con sus obligaciones? Pues igual cosa me ocurre cada vez que veo a tantos niños perder lastimosamente su tiempo en presenciar cuanta escena del crimen ocurre a toda hora y todos los dí­as en nuestras cada vez más inseguras calles y veredas del paí­s.

Francisco Cáceres Barrios

La inquietud de escribir sobre el tema me nació después de presenciar dos hechos lamentables: la fotografí­a en primera plana de un matutino en donde aparecen a todo color cinco niños (uno en brazos de un adulto) presenciando las diligencias que la autoridad practica sobre el cuerpo inerte de una persona, supuestamente asaltante, en La Reformita de la zona 12 de la ciudad capital y el segundo, el enorme atasco que se armó no hace mucho sobre la calzada Aguilar Batres, debido al lamentable asesinato de dos jóvenes estudiantes de un centro de estudios muy conocido por todos.

Y es que el deporte preferido de los chapines siempre ha sido «guanaquear», el andar abriendo la boca en cosas que ni nos van ni nos vienen, por el malsano hecho de saciar nuestra curiosidad. ¿Qué beneficio podrá sacar un niño de estar viendo cómo los fiscales y sus auxiliares empelotan a los muertos en plena ví­a pública, sin el menor recato, mucho menos con el debido trato o consideración que debieran merecer?

Después del trágico suceso de la Aguilar Batres, el que por cierto ocurrió en una de sus ví­as laterales, el 99 por ciento de los conductores detení­a su vehí­culo ¿para ver qué?, ¡pues nada!, simplemente un carro frente a un poste, tapado por las camillas de los bomberos pero, si a esto le sumamos que nuestras autoridades lo que pueden hacer en 15 minutos se tardan cinco horas, ¿se podrán imaginar los lectores aquel tremendo atasco que se armó a lo largo de muchos kilómetros, toda la mañana del fatí­dico dí­a? Claro, los problemas no tardaron en surgir, sobrecalentamiento de motores, colisiones menores y mayores, bocinazos, insultos y hasta agresiones por doquier. ¡Ah! ¿Y las autoridades? ?¡muy bien, gracias!, no pasó uno que otro agente de hacer acto de presencia y por la radio advertir que se tomaran rutas alternas, cuando lo único, funcional y efectivo era utilizar un helicóptero, muy costoso por cierto.

¡Andamos mal, muchá! Disculpen que sea tan confianzudo para dirigirme a los estimados lectores, pero aparte de que todo el mundo pisotea la ley cuantas veces le ronca la gana y que las autoridades no cumplan con sus deberes, nosotros hacemos de todo por terminarla de amolar. ¿Hasta cuándo?