Antes, en y después de la visita a Guatemala del presidente Bush, cobró vigencia la pregunta del millón: a qué vino el controversial, odiado por muchos y admirado por pocos. Los hechos causan el repudio donde quiera y evidencian el señalamiento: «Por su obra lo conoceréis».
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El sentido común infiere haber representado una simple escala de pocas horas útiles, en el contexto de horas-hombre. Solaz y esparcimiento, del orden turístico a costa del menoscabo de nuestra economía; la capital virtualmente fue sitiada ese mismo tiempo, ¿A cuenta de qué?
Si hubo expectativa tocante al asunto prioritario de la inmigración, el caso se soslayó por completo; en cambio fueron tocados temas como el narcotráfico y las maras. De consiguiente, el ingenio chapín infaltable señala puntualmente que al final: ¡nada en dos platos!
Las horas de esa visita constituyeron una muestra de lujo de fuerza, mediante el aparato del servicio secreto prepotente. Dio impresión y valga cierta comparación de aquellas acciones, semejó que un extraño llegue y pretenda a la vez sacar de su casa al propietario. ¡Qué cosas!
Su presencia en Guatemala obedeció sin duda alguna sobre la veleidosa política, a efecto de buscar la elevación de sus bonos en tal materia, bajo el enunciado de una mejoría de las relaciones con la América Latina. Cuestión muy lejana si tomamos en cuenta el TLC y similares.
De parámetro sirve la historia que proporciona el dato de ser el tercero de los presidentes estadounidenses que pisa suelo nuestro; en su orden lo precedieron: Lyndon Jonson y Bill Clinton. Añado, la primera dama Eleonor Roosevelt hizo un viaje de buena voluntad sin tanta bulla, hace muchos años.
Colofón: la presencia de Bush motivó manifestaciones de protesta y repudio, empero algunos sectores protagonizaron enfrentamientos con la policía, resultando golpeados, heridos y capturados. Peor aún, tuvo presencia el vandalismo que dio cuenta con el patrimonio nacional y la propiedad privada.