R E A L I D A R I O (DLXII)


René Leiva

La cascada desviada. Lo que es a mí­, llevo como cuarenta años a la espera de ser salpicado pero nunca me ha caí­do ni media gota. Y es que según autores como Adam Smith, Ludwing von Mises, Luis Pesos, perdón, Pazos, Walt Disney, Manuel Efe Ayau, Von Hayeck, Mickey Mouse, y otros celebrados santones del capitalismo, el neoliberalismo, el dejar hacer y dejar pasar, a mayor concentración de la riqueza en dos o tres manos, igualmente más probabilidades existen de que se rebalse y se derrame, cual cascada de dólares, llegando al extremo de salpicarnos a nosotros los pelados, a quienes por más trabajadores, honrados, emprendedores, eficientes y competitivos que seamos nunca pasamos de zope a gavilán pollero. A mí­ en lo personal, a estas vertiginosas alturas, no me interesa en lo más mí­nimo tener pisto; mis afanes son bien distintos; pero me conmueve la miseria del prójimo, y me consta que muchos menesterosos, crédulos e ingenuos, van a ponerse durante toda su vida bajo el alero del algún ricachón, a ver si son salpicados, pero el potentado, astuto y avariento, miope social, como no, desví­a su catarata de billetes en dirección opuesta, precisamente donde la polilla y el orí­n corrompen.

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La rabia. Si de algo puede dar fe mi amigo el perro, con pelos y señales, es sobre la falsedad del viejo dicho según el cual «muerto el chucho, se acabó la rabia». Más bien, muerto el perro se acabó el perro, porque la rabia sigue viva y coleando, transmitiéndose aquí­ y allá, con o sin perro, gato o humano. Incluso mi amigo el perro manifiesta que se puede eliminar o proceder a la extinción de todos sus congéneres, o sea de forma masiva o indiscriminada, y aun así­ nunca se terminarí­a la rabia, pues la rabia fue antes y será después de él, asegura meneando la cola en señal de cierta complacencia. Pero mi amigo el chucho no quiere ser mal interpretado, no es que se alegre de que haya rabia y dicho mal sea prácticamente inmortal. Lo que le parece divertido es que la gente todaví­a crea que matando perros se acabará con la hidrofobia (o rabia) a lo largo y ancho de la bendita tierra. Incluso pareciera que mientras más canes se liquidan, a diario, la rabia con mayor maña se enseñorea de la sociedad.

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Prensaguafiestas. Viéndolo bien, sin la prensa independiente Guatemala serí­a el paraí­so terrenal, sobre todo sin la nota roja y las páginas referentes a polí­tica y administración pública. Tal vez vivirí­amos ignorantes pero tranquilos y contento, e incluso optimistas y con la moral en alto. De tal manera la prensa, los periodistas y los medios masivos de comunicación son unos aguafiestas desconsiderados, que a cualquiera le amargan la ya de por sí­ cruel existencia. Y uno, masoquista que es, todaví­a paga e invierte tiempo por enterarse de ciertos hechos, dilapida hora enteras en la lectura de diarios y frente a los radio y telenoticiarios, en lamentable actitud de supuesta complacencia o disfrute al informarse de las cotidianas miserias y crueldades que perpetran nuestros conciudadanos, sufriendo todas esas calenturas ajenas que trasudan la mayorí­a de noticias, reportajes y comentarios. Viéndolo bien, el hombre feliz dejó de se aquel que no tiene camisa, mejor serí­a aquel que nunca está informado del acontecer nacional (e internacional).

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Discapacidad de asombro. Todos los seres humanos venimos al mundo con una capacidad de asombro teóricamente inagotable, dividida en diversos campos, especialidades, fases, tendencias, etcétera, de tal suerte, uno vive asombrándose de las osadí­as tecnológicas, de la psicologí­a animal, de la vida secreta de las plantas, del potencial cerebral humano, de las distancias interestelares, en fin. Pero en mi caso particular debo reconocer que hace unos quince años, más o menos, di por agotada o perdida mi capacidad de asombro en materia de polí­tica criolla. Antes, hará unos veinte años, me ufanaba de que mi capacidad de asombro polí­tico era como un barril sin fondo, un tonel de las Danaides, un siguán, un hoyo de San Antonio, en el que todo acto, asunto o personaje polí­tico raro, excepcional, extravagante o anormal era absorbido y digerido muy bien por mí­, con alegrí­a y entusiasmo; pero de repente, cuando sentí­ era que habí­a perdido para siempre, de manera definitiva e irreversible dicha capacidad de asombro en polí­tica. Me quedé seco, rí­gido, inerte, apático, y en tales condiciones todo hecho, situación o personaje que tenga relación con la polí­tica, por pasmoso, admirable y aparentemente inédito que parezca ?para bien o para mal?, a mí­ me deja como si fuese cosa de todos los dí­as, algo cotidiano, rutinario, trillado y aburrido. Soy un discapacitado en asombro polí­tico.