Derrota inminente


Aquí­, en Guatemala, serí­an las 19 horas del 19 de marzo de 2003. En Bagdad era la madrugada del 20. En aquel lugar del Medio Oriente empezaban a caer las mortí­feras bombas de la aviación estadounidense, y en los canales de televisión de este lado del mundo se pasaba en directo la guerra que ese dí­a se iniciaba y que nadie sabí­a cuánto podrí­a durar pero que, ahora, ya no se duda que terminará con la derrota de la potencia invasora.

Ricardo Rosales Román

La decisión de invadir la antigua Mesopotamia habí­a sido tomada poco antes en la Casa Blanca. Lo que faltaba era que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, lo informara al primer ministro inglés, señor Tony Blair, y al presidente español, señor José Marí­a Aznar. Para ello sirvió la reunión de los tres que, a toda prisa, se montó en las islas Azores.

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en ningún momento, avaló esta aventura guerrerista. Tampoco hizo nada para evitarla. En ese marco, queda al descubierto que, en forma por demás burda, tanto Bush como Blair y Aznar, violaron flagrantemente las normas del derecho internacional y el jefe de la Casa Blanca lo puede seguir haciendo hasta el final de su segundo perí­odo de gobierno, si así­ conviene a los halcones republicanos, y al cada vez más sofisticado y poderoso complejo militar industrial estadounidense.

A partir del 11 de septiembre, contra los demás paí­ses del mundo se cierne como una amenaza real el desencadenamiento ?en cualquier momento y en cualquier lugar? de las llamadas guerras preventivas como parte de la estrategia global de lucha contra el terrorismo internacional. Esto ya se dio en Afganistán y en Irak. Otro objetivo es Irán.

Se engañan quienes crean que el mundo de hoy es más seguro. Al contrario, son más los focos de tensión, inestabilidad, corrupción, impunidad, limitación y violaciones a los derechos y garantí­as ciudadanas que se expanden a lo largo y ancho del planeta como causa y efecto de la crisis propia de un mundo unipolar hegemonizado por el águila imperial estadounidense.

En general, ese es el cuadro de la situación internacional en el momento actual, y en Estados Unidos, Irak y los demás paí­ses, en particular.

Lo que en concreto significa la agresión y ocupación de Irak para los estadounidenses e iraquí­es va más allá de las cifras en pérdidas de vidas humanas, daños materiales en la infraestructura, el territorio y el medio ambiente, y los elevados costos financieros.

La guerra en Irak es la matanza mayor de comienzos del siglo XXI y afecta a los estadounidenses, el Medio Oriente y al mundo entero. Es, a la vez, el desastre más grande para quienes la urdieron, impusieron y tratan de sostener a toda costa. Las manifestaciones masivas de estos últimos dí­as en Estados Unidos y en muchos otros paí­ses, son la más elocuente demostración contra la aberración guerrerista de la Casa Blanca.

Sobran los términos para calificar a los principales responsables del genocidio y crí­menes de lesa humanidad cometidos en territorio iraquí­. Basta decir que al señor George W. Bush ya no es suficiente presentarlo como la personificación del Hitler de este siglo. No. Es, junto a su segundo al mando ?el verdadero poder detrás del trono imperial, señor Richard Cheney?, la encarnación de lo más horrendo, maléfico y siniestro que pueda incubarse en mente alguna. Ambos pasarán a la historia como cabecillas de la peor administración que haya gobernado Estados Unidos en los últimos años.

No hay que olvidar que la guerra contra el pueblo iraquí­ se urdió a base de mentiras e informes falsos. De la misma manera se sigue librando. Hay hechos, datos y cifras que se ocultan o de los que se informa a medias.

Según estudios en poder del cientí­fico australiano, doctor Gideon Polya, se «calcula que podrí­an haber muerto un millón de personas en Irak desde que comenzó el conflicto». En octubre pasado, investigadores de la Universidad Johns Hopkins calculaban que eran más de 650 mil. En los medios de comunicación se habla de 75 mil.

Lo que no se sabe del todo es que en Irak se encuentra trabajando un número de mercenarios casi igual al de las tropas estadounidenses allí­ acantonadas y que han sido contratados o subcontratados por la poderosa empresa texana que jefeó Cheney hasta antes de ser vicepresidente de Estados Unidos. Tampoco se sabe con certeza el número de soldados estadounidenses heridos. Se calcula que son alrededor de 23 mil, pero podrí­an ser más. Oficialmente se reconoce que hasta ayer los militares estadounidenses muertos ascendí­an a 3 mil 221 y 240 los de otros paí­ses.

Entre tanto, sólo el 18 por ciento de los iraquí­es tienen confianza en las fuerzas ocupantes dirigidas por el Pentágono y el 78 por ciento está porque salgan de su paí­s. En Estados Unidos el 73 por ciento de los encuestados están contra la guerra y por el retorno de las tropas.

Según el autor de La ocupación: guerra y resistencia en Irak, Patrick Cockburn, hace cuatro años la invasión a Irak fracasó. Bush derrocó a Hussein, despedazó al paí­s y desestabilizó el Medio Oriente. Su propósito fue demostrar que Estados Unidos era la única superpotencia mundial, que podí­a hacer lo que querí­a, y lo que en realidad demostró es que era más débil de lo que el mundo suponí­a.