Más que un clamor desesperado es prohibir la reelección en todos los cargos. Resulta mucho más de urgencia nacional su implementación, a fin de mejorar la administración publica, actualmente con un pie cojo. El constantemente aludido estado de Derecho se siente como algo equivalente a solo oír llover, en virtud que no pasa de meras palabras vacías.
El palpitante tema sigue vigente, a la espera que tenga solución legal y definitivamente. Pero en nuestro entorno, máxime con connotaciones políticas, aunque carentes de verdadero espíritu deseable, salvo ocasiones de vez en cuando, constituye algo soslayable. Y todo porque prevalece siempre un trasfondo vencedor, intereses mezquinos, inconmovibles de verdad.
Ante el tempranero despegar de la campaña electoral, también lleva consigo por añadidura elemental el ingrediente perjudicial de cara a la población. Harta ya a estas alturas de presenciar la comedia repetitiva, espera surja pronto la iniciativa salvadora. En el sentido que cobre fuerza dentro de los límites legalistas por supuesto y se pueda salir adelante.
Un simple vistazo a nuestra historia tenebrosa exhibe infolios lamentables. De inmediato nos topamos con épocas donde las pecaminosas reelecciones han sido el punto de partida de tiranías oprobiosas, de varios años en contra de las libertades ciudadanas. Asimismo en ese tinglado de marras el manto de la democracia auténtica pasa a ser oscurecido terriblemente.
A modo de ejemplo aleccionador, Guatemala tuvo relativamente poco tiempo atrás, las implacables tiranías de Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico Castañeda. Ambas mantuvieron a los connacionales en situaciones adversas. De esa situación hubo una síntesis que dentro del techo generoso patrio, «se vivía: en la cárcel, en el destierro, o en el cementerio.»
Constituyo parte de quienes estamos en posición opuesta a la reelección. Es un vicio que hunde demasiado al país, debido a sus consecuencias del todo inconvenientes. Ajeno al derecho que el ciudadano tiene de ser electo no simple elector, escalera real de vivos y aprovechados. Por consiguiente, y a basta de aceptar ese modus vivendi de los politiqueros.
El argumento, deleznable por cierto, que significa hacer profesión con las reelecciones que inducen sobre todo a ejercer carrera. Estamos de acuerdo en lo tocante a carreras, pero con la diferencia abismal sea eso sí, de relevos. La entronización en cargos de elección popular, ejemplos perceptibles dan resultados de constituirse al final de cuentas en insustituibles.
De nuevo la mar y los oleajes están alborotados respecto a las reelecciones. Mismas que pretenden eternizarse ocupando curules en el Congreso de la República, inclusive en alcaldías y consejos municipales del país. Existe innegable alboroto, sobre todo, movidas chuecas, dirigidas a conseguir otra y otra vez, continuar en el mismo cargo que les produce fortuna.
Tanto en diputaciones, sean del Listado Nacional como distritales y las alcaldías municipales puede notarse bien como, con el fin de conseguir la reelección, sacan a luz el transfuguismo -cueros de danta-. Los cambios de camisetas, colores y signos van dirigidos al partido político con mayores facilidades triunfalistas. Hay evidente olfato, sin duda.
Disfrutar de las mieles del poder, salta obviamente con resonancia; un sinfín de prebendas sirven de imán enormemente a título de atractivo. Por lo tanto, a no dejar la curul y la silla o sillón edil, se ha dicho. A entrarle de lleno que la ambición encabeza una tendencia manifiesta. Poseen sobradas experiencias obtenidas para el efecto.
Confiamos sea una hermosa realidad prohibir la reelección, directa o indirecta, lo antes posible: de indirecta por aquello de ciertos indicios del dominio público. No son en balde los estipendios que reciben mensualmente, aparte de otros ingresos, por ejemplo el aporte constitucional, mal administrado; lejos de la transparencia. Esas magnitudes atraen demasiado.