Está claro que el Estado guatemalteco no puede garantizarnos lo mínimo para poder vivir con decoro y con dignidad, es decir como seres humanos civilizados. Nuestro Estado, es un Estado fallido y, por fallido, débil, desarticulado, infiltrado por la delincuencia, el crimen organizado y, por lo tanto, contrario y hostil hacia sus principios y fines fundamentales. La situación que estamos viviendo tiene pocos precedentes en nuestra historia reciente y remota y, lo peor de todo, es que hemos perdido como sociedad la voluntad y la capacidad de corregir los males fundamentales que nos impulsan a vivir mal y a aceptar como normal aquello que es anormal, como justo lo que es injusto, como legal lo que es ilegal, etc. La percepción de la realidad se nos ha trastornado a tal punto que los valores, conceptos y categorías que forman parte de la ideología, se trastornan y trastocan, apareciendo en la mente de los habitantes (que no ciudadanos, por falta de responsabilidad ciudadana) una confusión tal que nos impele a la pasividad como consecuencia de la confusión, de la pérdida de confianza en las instituciones y de la desilusión generalizada al reconocernos culpables y responsables, directa o indirectamente, de la corrupción de nuestro Estado, porque su construcción siempre es permanente y colectiva.
En ese orden de cosas, se nos plantean algunas salidas radicales: la reforma o refundación del Estado o el aniquilamiento total del mismo, lo que significaría el caos, la anarquía y el peligro de guerra interna aún más violenta que las anteriores. Ambas opciones, de por sí, implican alguna dosis de violencia. En cualquier caso debemos estar dispuestos a luchar, lo que también implica una previa convicción y voluntad de sacrificio.
Maticemos en función de distinción: refundar no implica destruir, deshacer y partir de la nada o de cero. No implica la destrucción de lo que queda de la estructura del Estado. Ahora bien, si se destruye y se pretende partir de la nada (cosa impensable lógicamente) o de lo que quedara de dicha destrucción, el riesgo sería mayor, porque podría significar la pérdida total de independencia, de territorio y de soberanía; o bien podría surgir un colectivo de Estados que en el mejor de los casos podría dar origen a una federación. Creo que la opción viable salta a la vista y que debemos aceptar que lo que nos queda y lo que nos refuerza nuestra esperanza es la refundación del Estado guatemalteco. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Y con qué medios? es cuestión a la que deben responder quienes tienen la responsabilidad de ejercer el poder político en este país.
Urge pues, plantearnos seriamente la formulación y ejecución de un proceso político que nos lleve a refundar el Estado guatemalteco para bien de todos y, especialmente, por el bien de las generaciones jóvenes. Es de urgencia nacional iniciar dicho proceso, por simple vergí¼enza, por lógica elemental o por sentido común. No podemos seguir esperando porque cada día que pasa se incrementa el número de asaltos, atracos, homicidios, secuestros, violaciones y ofrecimientos demagógicos de quienes aspiran llegar al poder en estos tiempos de verdadera crisis.
Quienes ejercen el poder político pecan tanto o más que los mismos delincuentes, si pudiendo hacer algo significativo y positivo, son incapaces de hacer lo más urgente, lo más elemental. Y si no, por dignidad y decoro, que renuncien y dejen sus puestos a quienes en referencia a sus capacidades, voluntad y amor a Guatemala podrían iniciar sin demagogias y sin sofismas, el verdadero cambio que todos anhelamos.