El caso Jon Sobrino


El Vaticano condenó como «erróneos y peligrosos» los escritos del jesuita vasco-salvadoreño Jon Sobrino, uno de los lí­deres de la Teologí­a de la Liberación latinoamericana. El padre Sobrino era amigo de monseñor Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980. Se salvó de morir porque estaba en Tailandia cuando un escuadrón de la muerte del Ejército salvadoreño asesinó, en noviembre de 1989, a seis padres jesuitas y a dos mujeres que trabajaban en la Universidad Centroamericana.

Marco Vinicio Mejí­a

La Congregación para la Doctrina de la Fe -que el actual Papa dirigió durante 22 años-, no anunció las sanciones disciplinarias que habí­a anticipado el 11 de marzo el arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, por destacar en sus escritos la humanidad de Cristo y disminuir su divinidad. Sobrino no podrá enseñar teologí­a en ninguna institución católica «mientras no revise sus conclusiones» y tampoco se le permitirá publicar libros con el nihil obstat, la autorización de su superior eclesiástico.

La Compañí­a de Jesús anunció que está de acuerdo con que el Vaticano «dé un toque de atención» a Sobrino, pero que «no se puede poner en discusión su sólida fe». La Notificación, con la firma del cardenal Joseph Levada impugnó conceptos de los libros de Sobrino Jesucristo liberador y La fe en Jesucristo. Ensayos desde las ví­ctimas, ya que se concentra demasiado en la humanidad de Jesús y de esa manera esconde su condición divina.

La decisión del Vaticano se conoce a poco menos de dos meses del viaje del Papa a Brasil, para la inauguración de la Conferencia del CELAM en el Santuario de Aparecida. La falta de una condena anunciada que no fue, resulta desconcertante, ya que desde hace años, Roma ha perseguido y reprimido a los pensadores y exponentes de la Teologí­a de la Liberación, que surgió y sobrevive martirialmente en Latinoamérica.

En la Santa Sede han emergido voces crí­ticas al excesivo protagonismo de los sectores más conservadores de la Iglesia en desmedro de Congregaciones centenarias que han asumido preceptos teológicos y pastorales, en coherencia con los postulados del Concilio Vaticano II. Los conservadores recelan de autores como Sobrino o José Comblin, cuya lí­nea de pensamiento y praxis, de alguna forma estará presente en la V Conferencia del CELAM.

Escribí­ este texto para solidarizarse con el padre Jon. Lástima que en Guatemala no tengamos jesuitas como él. Mis motivos los expresa con precisión el mártir Ignacio Ellacurí­a, cuando escribió sobre su producción teológica: «Casi nadie se ha atrevido a negar la eficacia transformadora de su labor teológica, hecha de cara a los pobres y perseguidos y con la intención de que los desposeí­dos lleguen a tener vida y vida en abundancia. Jon Sobrino ha podido hacer esto porque vive y hace lo que piensa y, a su vez, piensa lo que vive y lo que hace el pueblo de Dios, que apenas tiene figura de hombre ni de pueblo, porque ha sido asaltado a la vuelta del camino por los poderosos de este mundo». ST/1982).