La tentación de silenciar a la prensa ha sido y es una constante de quienes detentan el poder. En el fondo hay una hipersensibilidad y una egolatría que hace que los gobernantes, por ejemplo, sientan a los medios de comunicación social como una amenaza y un enemigo a vencer. Hay una especie de «temor y temblor» ante un fantasma que para algunos deviene en obsesión.
Cuando el gobernante, el empresario adinerado o el simple funcionario público con poder son cerrados y tienen cerebros de hormiga, su primera respuesta frente a la crítica de la prensa es la intimidación. Se tiran a llorar, gritan, patalean y se muestran públicamente como niños de primera comunión. No es cierto, dicen, la prensa miente, me calumnian, me detestan, me quieren eliminar políticamente, atentan contra mi dignidad. Y recitan un rosario de argumentos poco creíbles por el público inteligente y siempre suspicaz. Las personas presuntamente ofendidas quisieran destruir, si pudieran, a quienes critican sus acciones poco ortodoxas, pero llenas de buena voluntad, según ellos quieren hacer ver a los demás.
La verdad es que quienes ejercen el poder quisieran una libertad ilimitada, un cheque en blanco para actuar a su gusto y antojo. Psicológicamente son personas inmaduras que resisten la crítica y son amigos de la adulación. Nada les duele tanto que un reproche a sus acciones, se sienten infalibles y piensan que quienes los señalan son infelices, resentidos, envidiosos porque «ya quisieran estar en el puesto que yo ocupo». Hacen una lectura maniquea de la existencia: quien no está conmigo está contra mí. Por esta razón, es frecuente ver a estos personajes rodeados de «cuates», familiares y serviles siempre dispuestos a que les feliciten y les den palabras de ánimo.
Tipos así son peligrosos porque cuando llegan a tener mucho poder ?más del que tienen- son capaces de todo contra la prensa: pagarles, pegarles, desaparecerlos, presionarlos económicamente, desacreditarlos, haciendo cualquier cosa para vengar su sangre inocente ?dicen ellos-. No duermen en paz, sueñan con aniquilar a esas gentes «mal agradecidas» por su gestión de buena voluntad. í‰l mismo se considera un mártir como funcionario público, «no sólo he dejado mis propios negocios personales, se dice, y la gente, los periodistas, me pagan de esta manera». Tienen una psique de infante que no comparte sus juguetes y quiere todo para sí.
Es tan obtuso que es incapaz de meditar por un segundo si la prensa tiene razón o no, para él los medios mienten por inercia, por vocación y costumbre. De aquí su eterno llanto y el gasto de tiempo, dinero e hígado tratando de hacer un contrapeso comprando columnistas, medios escritos, radiales, reporteros, jefes de redacción y hasta directores y dueños de empresas. Con todo, como suele ocurrir, el dinero no les termina de alcanzar porque, vaya peste, «sus enemigos» son legión y no hay capital que cubra el reto de vencer a quienes, dice para sí, forman parte de ese «maldito sistema».
En un momento en que la libertad de expresión se ve amenazada, como hoy ocurre con el caso de elPeriódico, la sociedad entera debe estar despierta para impedir que los poderosos silencien a la prensa y se inicie, como habitualmente ocurre, el proceso sofisticado de acallar las conciencias. Estamos frente a una bestia que amenaza devorarnos, tengamos cuidado.