Cuando en 1959 se decidió la creación del Banco Interamericano de Desarrollo, los gobiernos que participaron en ese esfuerzo inicial confiaron en crear una entidad que se dedicara a financiar proyectos que permitieran la ejecución de obras que fueran un sostenido impulso al desarrollo de una región que sufría los efectos de pobreza y atraso. Y, efectivamente, el BID se convirtió en un instrumento al servicio de los pueblos del continente para financiar proyectos cuyos beneficios aún hoy se sienten y pueden considerarse como pilares de los avances sociales de muchos de nuestros pueblos.
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Hoy que en Guatemala se realiza la Asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo, es bueno que los delegados den un vistazo al Convenio de Creación, mismo que ha sufrido varias y profundas modificaciones a lo largo de los años. Me refiero a la importancia de leer el texto original, para entender a cabalidad sus propósitos esenciales. Y es que tantas modificaciones al texto del Convenio también tienen que ser entendidas y analizadas a la luz del desarrollo de ciertas corrientes económicas que de alguna manera cambiaron la orientación estructural de ese esfuerzo por crear una banca de desarrollo para beneficio de los pueblos de la región.
No puede pasarse por alto que aun y cuando el BID no tiene relación de dependencia con el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, no quedó ajeno a las decisiones que hicieron que las entidades financieras internacionales se convirtieran en motor del llamado ajuste estructural que en los finales del siglo pasado obligó a muchos de los países de América Latina a implementar políticas que privilegiaron la estabilidad macroeconómica en demérito del bienestar de los pueblos. Un ajuste estructural cuyos principales efectos los podemos ver en muchos países que han visto incrementar la brecha entre pobres y ricos y que muestran agudos y hasta groseros contrastes. Y no es extraño que el BID, que era una especie de banco al servicio de los Estados, haya desplazado poco a poco sus líneas de crédito hacia el sector privado, compitiendo así con otros bancos en la búsqueda de clientes que poco o nada se preocupan por el desarrollo social de estos países.
Y tampoco es casualidad que ahora surja en América del Sur la idea de crear un banco orientado cabalmente a financiar proyectos de desarrollo en beneficio de los más pobres; proyectos que tienen la finalidad de llevar bienestar a aquellos grupos sociales que están en el abandono en materia de desarrollo humano y que en los años sesenta y setenta percibían el beneficio de obra pública financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo.
La iniciativa de Venezuela de fundar un banco con las características que tuvo el BID en su origen es algo que debe invitar a la reflexión hoy a los delegados que asisten a la Asamblea de Gobernadores. Y remarco que obliga a reflexionar porque si bien el Banco Interamericano de Desarrollo ha crecido mucho y su presencia sigue siendo importante en toda la región, acaso su orientación esté ahora menos inclinada a la inversión social porque también en el BID se terminó creyendo que el Trickle Down sería la panacea económica. Los hechos, y las brechas enormes que existen a lo largo y ancho del continente, son la mejor prueba del erróneo concepto del ajuste estructural y de la necesidad de releer, por lo menos, la filosofía original de esa entidad financiera.