¿Sabrán los padres y madres de familia dónde pasan el tiempo sus hijos e hijas? ¿Habrán tenido la curiosidad de visitar algunos de los innumerables «café Internet», en los que las computadoras muestran «a todo color», todo tipo de pornografía? Hasta aquellas muestras de desviaciones sexuales, en las que se copula con distintas clases de animales y otras desviaciones a las que tardé casi 40 años en conocer que existían, y que hoy, niños y jóvenes pueden conocer, con tan solo llegar a un tipo de esos negocios, en los que se exhiben por solamente Q5 la hora.
Es posible, que aquellos que pueden hacerlo, pongan en manos de sus hijos nintendos para que puedan pasar el tiempo en su casa, sin que puedan tener el alcance y el conocimiento de que la mayoría de sus programas están plagados de violencia. Violencia que raya en el asesinato masivo, en el que, quien tenga mayor efectividad, y rapidez para cometer el asesinato, es premiado con el mayor número de puntos.
¿Podemos en realidad culpar a otros por el deterioro de los valores sociales? ¿Podremos en realidad señalar el profundo deterioro que presenta nuestra sociedad, sin señalarnos a nosotros mismos? No creo, que quien tenga un ápice de honestidad se atreva a señalar a nadie más que a nosotros mismos por la cobardía, o la negligencia de haber permitido que a nuestros propios hogares penetrase la inmoralidad, la negligencia, el materialismo que ha permitido que ellos, sean cada vez menos unidos, menos responsables. En los que los derechos a vivir «su propia vida», ha permitido el herrumbre de sus antes sólidos pilares de formación y educación.
Los problemas, especialmente aquellos que se relacionan con la seguridad, los cuales hoy nos espantan y amedrentan, los hemos creado nosotros mismos. Les hemos permitido entrar en nuestras vidas y en nuestros hogares. A nuestros hijos les robamos su inocencia. Les destruimos la capacidad de soñar. Los alejamos de instituciones como la UP que aún lleva felicidad a nuestros niños, y en su lugar, al poner en sus manos armas virtuales, les enseñamos a matar. Les enseñamos a desdeñar la vida humana, a desvalorizarla.
Mis agradecimientos y felicitaciones a esos jóvenes y no tan jóvenes, que aún hacen arte infantil. Que son capaces aún, de devolver el mundo de sueño y de magia a nuestros niños y niñas.