Vino, atisbó, ignoró y se fue


Como era de esperarse, más fue la bulla de los alharaquientos, tanto de los pocos simpatizantes como de la mayorí­a de quienes lo repelen, que los intangibles resultados de la visita del presidente norteamericano George W. Bush a Guatemala.

Eduardo Villatoro

Excepto para los vecinos de Santa Cruz Balanyá, atónitos ante la presencia de tantos canchitos, los trabajadores de una procesadora de alimentos, esperanzados con la infaltable promesa del presidente guatemalteco í“scar Berger de pavimentar un tramo carretero, y uno que otro manifestante magullado, sin tomar en cuenta la falta de respeto de los agentes secretos estadounidenses contra reporteros guatemaltecos que tuvieron que apechugar su dignidad en aras de las cordiales relaciones entre Guatemala y Estados Unidos, mientras que miles de compatriotas que residen ilegalmente en la nación del norte dedicados a trabajar, seguirán siendo capturados por montones y deportados al paí­s de la eterna, como dice el insospechado analista René Leiva, quien se quedó con las ganas de obsequiarle un petate made in Tejutla a doña Laura.

Para ser fiel a su abrumadora retórica, durante la conferencia de prensa que juntamente con su anfitrión encabezó en el Palacio Nacional de la Cultura, el presidente Bush pronunció en dos ocasiones estas elocuentes palabras «I’m optimistic. I really am. I believe», que pasarán a la posteridad en idioma español: «Soy optimista. Realmente lo soy. Yo creo», al referirse a la reforma migratoria, pero no en el sentido de favorecer a los guatemaltecos que honradamente se ganan la vida en Estados Unidos, sino para frenar el flujo de indocumentados hacia su paí­s (Siglo Veintiuno, 13.de marzo).

Al observar en la televisión las calles desiertas del Centro Histórico y la forma como los opositores a la visita del señor Bush eran golpeados por las fuerzas de seguridad, uno de mis nietos me preguntó inocentemente: «Â¿Por qué no hay niños con banderitas de Guatemala y Estados Unidos en las aceras para darle la bienvenida?» (como ha visto que ocurre en otros paí­ses cuando reciben a estadistas extranjeros). Tuve que ingeniármelas, para intentar darle una explicación que satisficiera su ingenua interrogante.

Pero el chico lanzó otra pregunta, ésta en torno a si el presidente norteamericano pronunciarí­a un discurso. Simplemente le dije que no estaba programada alguna pieza de florida oratoria del ilustre visitante; pero que los guatemaltecos no perderí­amos nada con brillantez de un discurso de Mr. Bush, tomando en consideración que, según un despacho de la agencia EFE, el actual gobernante de Estados Unidos es el presidente de esa nación con menor coeficiente intelectual de los últimos 60 años, con un grado de 91 puntos, según estudio comparativo del Instituto Lovenstein de Scranton, Pennsylvania.

Señala la investigación que los seis presidentes republicanos de los últimos 60 años tení­an una media de 115.5 puntos de coeficiente intelectual, y que la aportación más alta fue de Richard Nixon, con 155, y la más baja, de 91 puntos, es la del actual mandatario. Respecto a los demócratas, la media es de 156 puntos, con el presidente Bill Clinton a la cabeza, con un coeficiente intelectual de 182, y la más baja la de su predecesor Lyndon Jonson, con 126 puntos.

Según ese estudio, los resultados del coeficiente intelectual van desde 130 o más, que se clasifica como «muy superior»; de 120 a 129 puntos, como «superior»; de 110 a 119 puntos; como «normal alto»; de 90 a 109 puntos, como «promedio»; 80 a 89, como «normal bajo»; de 70 a 79, como «fronterizo», y de 69 puntos o menos, como «deficiente mental»

De esa cuenta, el presidente Bush apenas supera con dos puntos el coeficiente intelectual normal bajo, pues araña los 91 puntos, que se evidencia por su dificultad en el dominio del idioma inglés en sus actuaciones públicas, su limitado uso de vocabulario, puesto que se calcula que dispone de cerca de 6,500 palabras, contra 11,000 palabras de las que hací­an uso normalmente sus antecesores, sobre todo el demócrata Clinton, quien, como queda anotado, su coeficiente intelectual es de 182 puntos, el doble del presidente Bush.

Por lo consiguiente, no debe extrañar que el distinguido visitante no haya logrado comprender la realidad guatemalteca y latinoamericana en general. Fue más que suficiente que haya venido, platicado con su anfitrión y otras personas, visitado una empacadora de verduras y se haya ido sin comprender por qué es tan repudiado en esta región del continente. Y el resto del mundo.

(El periodista Romuald Klinton cuenta que el presidente de cierta república del norte, en conferencia de prensa acerca de las torrenciales lluvias y nevadas que afectan a la región central de su paí­s, intentó apaciguar a sus conciudadanos la noche de un domingo: «El clima ya no es tan malo; esta semana sólo llovió y nevó dos veces. La primera vez por tres dí­as, y la segunda vez, por cuatro dí­as»).