Si en Estados Unidos tratan como delincuentes a los emigrantes guatemaltecos, ¿cómo esperan que demos la bienvenida al presidente Bush? Aparte, las guerras de agresión contra Afganistán e Irak mataron la creencia de que el gobierno estadounidense ayudaría a construir un orden mundial legítimo.
Los Estados surgidos de grandes revoluciones (la estadounidense, la francesa y la rusa) han deseado que los demás pueblos gocen de los beneficios que sus respectivos sistemas políticos ofrecían. Napoleón invadió medio mundo para imponer su visión salvacionista. Los soviéticos hicieron lo mismo. Talvez la diferencia es que la revolución norteamericana se hizo con el credo de la libertad, el respeto a los derechos individuales y de las leyes, y con un aprecio del pluralismo. Por eso resulta chocante ver la prepotencia de la misión «civilizadora» y universalista del gobierno estadounidense.
Esa disposición imperial de definir lo que es bueno para cada país y para el mundo se ha multiplicado en Guatemala hasta en el discurso académico, como el de Karen Cancinos, la mejor alumna del doctor Armando de la Torre en la Universidad Francisco Marroquín, quien ayer en el artículo «Si yo fuera Bush», publicado en Siglo Veintiuno, afirmó sin rubor: «Estados Unidos no es ni ha sido jamás un imperio.» (¡!)
A partir de la última guerra imperialista del siglo XIX, Estados Unidos demostró que en la política exterior niega los principios justos y republicanos de sus Padres Fundadores, los cuales reservan para regir su democrática fachada interna. Sobran los comentarios o las apreciaciones al repasar el testimonio del general Máximo Gómez:
«Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla; pero las palabras paz y libertad no deben inspirar más que amor y fraternidad, en la mañana de la concordia entre los encarnizados combatientes de la víspera. Pero los americanos han amargado, con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores y no supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación, pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.»