Cioran entre prostitutas


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E. M. Cioran es/fue un filósofo bastante fuera del molde tradicional del gremio. No fue profesor, ni conferencista ni alguna otra cosa parecida que lo hubiese sacado de su vagancia ilustrada. Se ufana de no haber trabajado nunca (“Habiendo tenido la suerte de no haber ejercido oficio alguno ni trabajado en libros serios, he dispuesto durante toda mi vida de gran cantidad de tiempo, privilegio reservado a los mendigos y a las mujeres. Mendigos hay cada vez más, pero ellos no se rebajan a escribir; en cuanto a las mujeres, ahora van a la oficina, infierno idiotizante”) ya por este hecho es menester envidiarle.

Por Carlos Yusti

Disfrutar de ocio y tiempo para leer y entregarse a las especulaciones mentales y teorí­as más arbitrarias es un lujo supremo. Andar por ahí­, sin apremios, husmeando en la vida, o en ese aquelarre de los bajos fondos para tomarse unas horas y conversar con los mendigos, los chulos y criminales de poca monta. Frecuentar a las “fulanas” (como las llamaba el autor de Breviario de podredumbre) y no sólo para gozar de sus favores carnales, sino también para aprender, para exprimir esa insólita experiencia de relacionarse con otros seres humanos.

Ocio para conocer personas del más variado pelaje y del más indecente de los ambientes como el académico. Encontrarse en algún café, o en una plaza, con Samuel Beckett (“…recordé que durante nuestro primer encuentro, en la Closerie de Lilas, a principio de los años sesenta, me habí­a confesado su gran cansancio, su sensación de que no podí­a sacarse ya nada de las palabras”) y conversar de todo, pero jamás de literatura. Luego intercambiar silencios por largas horas y quizás las más fructí­feras para ambos. Conocer a un bisoño filósofo que lo inventó en España llamado Fernando Savater. Cuando Savater le comunicó que en el medio intelectual español era un filósofo inexistente, Cioran sonreí­do le dijo: “Estése tranquilo y por favor no los saque de su error”.

El libro que prefiero de Cioran es Ejercicios de admiración. Libro que recopila ensayos y retratos por escritores y poetas por los cuales Cioran sentí­a una absoluta inclinación. Raro en él que siempre quedó fichado como un amargo que despotricaba de todo y de todos. Su ensayo sobre Joseph Maistre es un ejercicio de admiración crí­tica llevada a sus extremos. Cioran pedalea furioso sobre ese camino sinuoso de la ideas reaccionarias de Maistre. Revisa con precisión de cirujano todos los tejidos de un pensamiento edificado desde lo reaccionario, desde el cinismo sin cortapisa. Maistre le permite dejarnos una lección: “No existe ningún movimiento de renovación que en el momento en que se aproxima a su objetivo, en que se realiza a través del Estado, no caiga en el automatismo de las antiguas instituciones, ni tome la apariencia de la tradición. A medida que se define y se precisa, va perdiendo energí­a; lo mismo sucede con las ideas: cuanto mejor formuladas estén, cuanto más explí­citas sean, menor será su eficacia: una idea clara es una idea sin porvenir”.

Hasta a Borges le dedica un corto texto: “Siendo estudiante, tuve que interesarme por los discí­pulos de Schopenhauer. Entre ellos, un tal Philipp Mainhinder me habí­a llamado particularmente la atención. Autor de una Filosofí­a de la liberación, poseí­a además para mí­ el aura que confiere el suicidio. Totalmente olvidado, yo me jactaba de ser el único que me interesaba por él, lo cual no tení­a ningún mérito, dado que mis indagaciones debí­an conducirme inevitablemente a él. ¡Cuál no serí­a mi sorpresa cuando, muchos años más tarde, leí­ un texto de Borges que le sacaba precisamente del olvido! Si le cito este ejemplo es porque a partir de ese momento me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espí­ritu en todas las direcciones, aunque no sea más que para escapar a la asfixia argentina. Es la nada sudamericana la que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis”.

Cioran puede ser considerado como un contrafilósofo y su comparación de la prostitución con la filosofí­a es magistral: “Carecer de convicciones respecto a los hombres y a uno mismo: tal es la elevada enseñanza de la prostitución, academia ambulante de lucidez, al margen de la sociedad como la filosofí­a. Todo lo que sé lo he aprendido en la escuela de las fulanas, deberí­a exclamar el pensador que lo acepta todo y lo niega todo, cuando, a ejemplo suyo, se ha especializado en la sonrisa fatigada, cuando los hombres no son para él sino clientes, y las aceras del mundo, el mercado donde vende su amargura, como sus compañeras su cuerpo”.

No le interesaban para nada los intelectuales o los literatos. Le gustaban las prostis, los reventados de la vida que vagaban sin rumbo fijo y los “clochards”. A su manera abreva de ellos para tener un sentido más vivo del pensamiento y las ideas abstractas. Siempre estuvo, según sus propias palabras escritas en su diario, “ávido de exceso y herejí­a”. Escribió libros para no suicidarse. El sexo con prostitutas también le serví­a para retrasar la muerte.

Revisando sus retratos y fotografí­as se nota una frente surcada de lí­neas, ojeras sin arrogancia y una austeridad en el vestir que declaran su excentricidad sin algarabí­a. El cabello a veces alborotado y otras peinado sin rigor, cejas pobladas y labios finos. En su rostro hay como una desesperación oculta, a pesar de esto Cioran estaba fascinado con la vida de los otros, intrigado por esas existencias que discurren como si el universo (o las grandes preguntas) no existieran. En sus textos hay una monstruosidad exagerada, pero su vida austera en un breve piso en Parí­s lo devuelve a su esencia humana, sin alardes, sin pedanterí­a debido a que pensar contra el pensamiento mismo es un lujo que poca gente puede tener. Una vez dijo que habí­a escrito su primer libro para no suicidarse, de allí­ que sus libros sean sólo una manera elegante de sacarle el cuerpo al suicidio. Empuñar la escritura como una pistola en la sien fue su manera de suicidar esas ideas edulcoradas y bobaliconas que tenemos de la existencia para llegar al otro dí­a.